martes, 17 de julio de 2018



Imaginaria vejez de mis cómplices de palabras

El tiempo abre sus puertas de par en par,
entonces, como expulsadas por un descomunal embate,
van apareciendo una por una las personas que lleva adentro:
El primero que aparece es Ramón Molinares con sus 95 años a cuestas.
Él ahora ve la vida a bordo de sus lentes de contacto
como tratando de limpiar la afectación de sus pupilas,
él además, sabe por experiencia,
porque fue uno de los “Exiliados en Lille”,
que el cuerpo es como una página encubridora de las miradas.
Se le da por tocar casi todas las tardes,
(de 2 a 3, por recomendación de su hijo músico, Felipe),
sentado en un taburete al final de la calle Grande
de su pueblo natal, Santo Tomás, Colombia,
“El saxofón del cautivo”
que halló en un viejo baúl de la casa de sus padres,
y como si fuera poco, no ha dejado de ser
“Un hombre destinado a mentir”
que trata con afán de hallar una mujer que ame,
que no apague la luz para demostrar
que lo entrega todo con una habilidad asombrosa
y sin “Vergonzoso amor” .
Él sigue haciendo sus siestas religiosamente,
15 minutos después del almuerzo
hasta cuando un niño vecino lo despierta con la mano.
Luego a las 5 de la tarde,
Ramón se fuma un habano,
mientras espera a su hermano mimado Mario Modesto,
quien con voz baritonal repite varias veces,
entreabriendo sus brazos como si estuviese
en las “Intimidades de un proceso”: Santo Tomás,
definitivamente, es “Un pueblo sin memoria,”
y por eso, sus habitantes
no alcanzan a oír “La última pitada del tren de la felicidad”.

Pedro Conrado aún no sabe
cómo salir de una “Emboscada de silogismos”
que lo tiene atrapado como “El gato sin botas”
desde hace más de 30 años,
mientras intenta recobrar en “Contravía”
la triste “Memoria diaria de un condenado” , en "El concierto de lo pequeño" y en medio del estribillo insurrecto:
¡Dios sulfura a sus ángeles en su territorio prohibido!

Aurelio Pizarro se ve todos los días
bien temprano a las seis de la mañana,
en el “Espejo infinito”, tratando de ser el mismo soberbio de antes,
pero ya con otras facciones,
otras miradas, corazón distinto, 77 años encima;
y como si fuese uno más de los “Fantasmas de este mundo” ,
todavía se unta crema rejuvenecedora
como en la canción del regresado.

Tatiana Guardiola, a pesar de sus 73 años,
no da trabajo mirarla,
sigue siendo una bella y agraciada mujer
que le apuesta a los “Antiguos placeres”
en la obediencia de las cosas
como queriendo decir: “¡No me esperen mañana!”
en el jardín de las trinitarias bajo la luz de la luna de Acuario
porque saldré a buscar “Tinta y pinceles para mi amante ”.

Julio Lara con una alopecia abismal
y con pasos cansinos a los 82 años,
ruega todos los días como “Los Visionarios”
que Hime, la gaviota azul que conoció en 1986,
lo transporte una vez más en sus alas vencidas
en una especie de fuga sin tregua,
para que los besos no cambien de sabor.

Iván Fontalvo con su fina figura,
sintiéndose todavía a los 70 años, con la posibilidad invaluable de ganarse
como siempre, otro de los tantos premios literarios
después de “Un largo viaje” en medio de la oscuridad por “el apagón”
y haciendo jaculatorias al cielo
para que “Ojalá la guerra” no regrese jamás, luego de "Un largo viaje"

Y yo, desde luego el mismo Tito Mejía,
intentando a los 87 años,
aquietar con los arrestos primarios de un joven fisgón,
la ansiedad de la mujer amada
a través de “La suma de las noches”,
para dejarla plena en el capullo espeso
de las estrellas "De la ciudad y sus amores ajenos",
y más allá si es el caso de “El ojo ciego del planeta”.
Dicho de otra manera,
como si el dedo índice peleara con el anular
para tratar de facilitar la doble función
de señalar o descalificar lo visceral de la existencia humana
como en una “Crónica de los días”.
A pesar del correr de tantos años,
nosotros no perdemos la costumbre de ser
unos perturbados compradores de libros,
amén de citarnos dominicalmente en nuestro terruño,
para tertuliar y tomarnos una copa de vino
bajo la frondosa sombra de un árbol de mango
aunque la nostalgia nos sacuda
y, nuestras memorias de vez en cuando,
se fragmenten en medio de un temor supremamente hermoso,
mientras nos llega el largo viaje sin retorno
y que por supuesto, nos permita festejar en la otra vida,
para recobrar como es lógico, nuestros cuerpos iniciales.
Tito Mejía Sarmiento.
Filólogo, poeta y locutor de COLOMBIA. Ganador del V Concurso Nacional Metropolitano de Poesía, 2001.

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