viernes, 9 de octubre de 2015



¡Si Carreño estuviera vivo!

Crónica testimonial que suele suceder casi todos los días



Por Tito Mejía Sarmiento*



El lunes 31 de septiembre de 2015, me levanté bien temprano como todos los días. Hice jaculatorias al cielo. Salté de la cama, me lavé la boca, me bañé, me vestí, desayuné, volví a lavarme la boca y me despedí gentilmente de mi señora y de una de mis hijas, quien a esa hora también se levantaba. Asumí la musa de las calles de Barranquilla, con el paso despierto de mis piernas para dirigirme a la estación del bus que me llevaría a mi trabajo, diciéndole por supuesto, “Buenos días” a todo el que me tropezaba en el camino, pero raro era el que me contestaba. Cuando voy en el bus, que a propósito llevaba un escándalo de “padre y señor mío” con champeta a bordo, interpreto el vasto silencio de una hermosa dama que sentada a mi lado, fluía ajena todas sus rosas, mientras arriba el sol parecía asomar sus primeras pavesas de mil ojos. ¿Cómo te llamas, preciosa?, le dije, respondiéndome tajantemente que a mí que me importaba.


Dos horas más tarde, comencé a intercambiar memorias con los amigos de la cátedra que fieles a sus dogmas, terminan a la larga, haciendo el trágico papel de hombres sabios porque sus alumnos parecen no interesarles dicha cátedra. Ahora entiendo el motivo por el cual la mayoría de los educandos, se alegra cuando oye decir de un rector que “mañana no habrá clases”. ¡Qué vaina, la escuela es una cárcel para muchos y prefieren según lo manifiestan sin tapujos “seguir metidos en Facebook escribiendo tantas estulticias”! (Aún recuerdo a mi gran amigo y colega universitario Julio César Castaño Bossio, quien con denodado esfuerzo a través de la enseñanza, daba cátedras de Gramática para la adecuada redacción de la Lengua Castellana y de la Literatura).

Luego de un apetitoso almuerzo y la consuetudinaria siesta, inicio el periplo de las actividades vespertinas.

Entro entonces, a las dos de la tarde en una entidad bancaria, y una de las empleadas, hace caso omiso a mi estimulante saludo cuando le digo: “Muy buenas tardes, señorita”. Al notar su indiferencia, saco un confite de mi bolsillo, se lo doy para ver si endulza su alma pero lo recibe, frunciendo su ceño con infundada ironía.

A las cinco de la tarde, me meto en las ondas hertzianas para despertar a una audiencia anestesiada con la música variada, pero mi esfuerzo resulta en vano.

Después, en la calle 72 con 48, a la muchacha de vestido pronto, también le robo decentemente su diálogo vespertino, pero me contesta con evasivos monosílabos. Voy entonces al parque Surí Salcedo, ese lugar que rompe sombras con sus chorros de luz enamorados y donde presos turpiales en jaulas gigantes, regalan sus tónicos conciertos a los instantes ingenuos y mi vista se tropieza con algunos “buscadores de la felicidad” quienes intentan cazar a sus respectivos amantes para gozárselos durante toda la noche.



De regreso a mi residencia, luego de una frugal cena, caigo pesadamente de cara a las estrellas ante tanta incultura de la mayoría de la gente, tanta falta de Urbanidad: ese conjunto de reglas, las cuales tenemos que observar y aplicar en nuestra vida: cordialidad, generosidad, elegancia a la hora de portarnos y expresarnos, como lo pregonó y aplicó en su “Compendio del manual de urbanidad y sus buenas maneras” , Manuel Antonio Carreño, ese gran músico, pedagogo y diplomático venezolano en 1853, quien a lo mejor a esta hora debe de estar revolcándose en su tumba.

Un importante “Compendio del manual de urbanidad y sus buenas maneras” que tuvo gran repercusión a nivel mundial, hasta el punto de que fue una obra aprobada para la enseñanza en las escuelas de instrucción primaria y secundaria de España y por supuesto de nuestro país, hasta cuando un presidente de cuyo nombre no quiero acordarme, lo sacó para producir como es lógico, la hecatombe inmoral que se refleja hoy en toda la piel del territorio nacional.

Tito Mejía Sarmiento*

Licenciado en Filología e idiomas, Universidad del Atlántico; locutor profesional; profesor de Tiempo Completo del Instituto Técnico Nacional de Comercio (Instenalco), de Barranquilla; poeta y escritor. Ganador del V Concurso Nacional Metropolitano de Poesía, organizado por la Universidad Metropolitana de Barranquilla, en agosto de 2001.