domingo, 20 de febrero de 2011

Publicado en LATITUD del HERALDO dominical, 20 de febreo de 2011


Mario Miranda: el hombre que fue un fenómeno

Por Tito "Sensación" Mejía


Por la acera de la avenida Olaya Herrera con la calle 53, Mario Miranda Marañón, el hombre de las tres emes, el mismo boxeador carismático y prolífico que por la década de los 80 se convertiría, guardando las proporciones, en el mejor pagado de Colombia, ya que se daba el lujo de llenar todos los escenarios deportivos donde se presentaba con su boxeo cambiante. Imantado por los dioses del arte de fistiana, caminaba con su aspecto sencillo y pinta de galán de cine con un libro de boxeo, como ha de ser, bajo el brazo.
Ahora, al pasar junto a un puesto de periódicos y revistas de la esquina, se quita sus gafas Ray - Ban y se detiene a hojear EL HERALDO, ejemplar que compra todas las mañanas, antes de irse a monitorear de lunes a viernes a una camada de boxeadores aficionados y profesionales en el gimnasio del estadio Metropolitano: “Creo, sin temor a equivocarme, que muy pronto tendremos nuevos campeones mundiales. Hay tres muchachos, pero no te digo sus nombres porque después los enferman, los endiosan, y les pasa como a mí, que me dejé llevar por falsos amigos, por la ruta del placer prohibido...y cuando quise despertar, abrir nuevos caminos, era tarde y se me vino la noche encima”, me dice con una pena superlativa y con la culpabilidad de una parte non sancta, y sonora como el tañido de la campana entre asalto y asalto de su pasado.
Boxeador por accidente.
Cuando contaba con escasos 13 años y sufría de tabardillo, este gran estelar boxeador barranquillero nacido el 15 de mayo de 1960, se dirigió una mañana de octubre a la Piscina Olímpica, motivado por la práctica de la natación, pero ese día no abrieron las instalaciones del escenario deportivo por reparaciones internas, y entonces, como buceando en el entorno de la fragilidad de aquel instante, notó que una de las puertas del colindante Coliseo Cubierto Humberto Perea estaba abierta de par en par y sin pensarlo dos veces entró al tinglado que años más tarde le daría la gloria y el rótulo del boxeador más taquillero en la historia de Colombia.
“Recuerdo como si fuera hoy que el desaparecido entrenador de boxeo Antonio Cochise Orozco me dijo: ¡Hey, cabellón, ¿quieres guantear con ese muchacho que está practicando allá? Ese otro era nada menos que Pedro El Látigo Vélez.
Me dio una paliza de padre y señor mío, que llegué a la casa empapado de miedo, con los ojos bien hinchados, la boca partida, la nariz rota. Pero me la desquité años más tarde cuando nos enfrentamos con público, jueces, en fin, todo, y lo hice retirar del boxeo para siempre.
Creo, que desde aquella ocasión nació mi amor por el deporte de las ‘narices chatas’ y luego, con la ayuda de mis mentores comencé a ascender rápidamente en los campos aficionado y profesional, derrotando por knock out fulminante y técnico o por decisión unánime de los jueces a todo el que se me atravesara en el ring.
Lógicamente, también comencé a amasar una fortuna económica que, a pesar de mis locuras, hoy todavía se ve reflejada en bienes raíces y otras propiedades que me dan para vivir bien al lado de mi esposa Jackeline de Castro, en el popularísimo Barrio Abajo y con tres de los siete hijos que tengo, de los cuales cuatro son profesionales, y, lo más importante: sin tomarme un solo trago de ron, ni fumarme un cigarrillo desde hace 20 años.
Estoy dedicado plenamente a entrenar a mis pupilos y a comentar sobre boxeo en la sección Suena la campana, en los noticieros de Lao Herrera y Roy Vergara, que se difunden por Radio Tropical y Radio Libertad, respectivamente”.
Nuevo ídolo en Colombia.
Los amantes del boxeo que asistieron la noche del 9 junio de 1979 al Humberto Perea vieron nacer a un nuevo ídolo del boxeo colombiano: un muchacho enjuto, cabellón, con más pinta de cantante de rock que de púgil del peso gallo, quien derrotaba al cartagenero Edelmiro Cassiani por decisió.
Sentí una emoción muy fuerte cuando el público coreaba: ¡Dale flaco, dale! ¡Dale, cabellón, dale!. Era mi primera pelea como profesional. Al día siguiente aparecí en casi todos los periódicos del país. Recuerdo que Fabio Poveda Márquez comenzó su programa diciendo: ¡Mario Miranda Marañón, el nuevo fenómeno del boxeo en Colombia, amables oyentes!”.
Gancho para la TV nacional.
Era tanto el impacto y el carisma que este boxeador estaba generando en el peso gallo y algunas veces en el peso pluma en todas las esferas de la nación, que el 27 de mayo de 1981, el gobierno nacional, a través del Ministerio de Comunicaciones, en cabeza de Antonio Abello Roca, autorizó la descentralización de la televisión nacional con la transmisión en directo, desde el Coliseo Humberto Perea de la pelea por el título continental de las Américas en el peso pluma, entre el mexicano Guillermo El Lobo Morales y Mario Miranda, teniendo como gancho la presencia de la diva del momento, la actriz Amparo Grisales.
“Gané por decisión y después, todos los promotores solicitaban mi actuación cada dos meses. Era la maquinita de hacer plata, comentaba la gente, hecho que me perjudicó también en mi carrera, como sucedió con la pelea por el título mundial pluma con el portorriqueño Juan Laporte, donde la preparación no fue la mejor por muchos motivos”.
Una doble frustración.
En la madrugada del 12 de agosto de 1982, el mundo del boxeo se enteró de la trágica muerte del campeón mundial del peso pluma, el mexicano Salvador Sánchez en un accidente automovilístico.
Al momento de su muerte, se planeaba una súper pelea entre Salvador Sánchez y Alexis Argüello, revanchas contra Juan Laporte y Wilfredo Gómez, y por supuesto una pelea por el título mundial contra el retador número uno del mundo de ese entonces Mario Miranda. A raíz de ese hecho, el promotor cubano Tuto Zabala, representante de púgiles latinos ante Don King dijo que Miranda Marañón debería pelear obligatoriamente contra Laporte por el título mundial vacante en el Madison Square Garden.
“Te soy sincero, ese día estaba nervioso de pies a cabeza, no me sentía seguro con la preparación. Además, lo digo con toda la sinceridad que me cabe en el alma, estaba afligido por la muerte de Salvador Sánchez. De pronto, enfrentándome a él, otro gallo hubiese cantado habría estudiado su estilo. Ya todos saben lo que pasó, no salí a pelear en el round once porque estaba cansadísimo, y entonces el arbitro le levantó el brazo a Laporte como el nuevo campeón mundial del peso pluma.
Pocos meses después me recuperé emocionalmente y seguí ganando combates. Llegué a ser nuevamente retador número uno, pero la oportunidad de títulos mundiales no se dio. Luego, me fui a Winnipeg (Canadá), donde trabajé 10 años en una multinacional de excavaciones y boxeando, hasta cuando hice mi última pelea como profesional, el 3 de junio de 2004, ganándole por decisión unánime en 4 asaltos a Billy Tibbs”.
Proyectos.
Hoy, este hombre que sigue enamorado del boxeo, que en el campo aficionado realizó 45 peleas, perdiendo solo 5, campeón nacional junior y declarado el boxeador más técnico del torneo en Bucaramanga, que en el profesionalismo combatió en 47, ganando 42, 25 por knock out, empatando 2 y perdiendo 3, quiere ver inmortalizada su grandeza en un escenario que lleve su nombre.
Anhela que se recupere el Coliseo Cubierto Humberto Perea (para ello confía en el alcalde Char y el gobernador Verano), para cristalizar un proyecto sobre la enseñanza del boxeo, para que llegue a un sitial de preferencia, no solo a nivel nacional sino internacional.
Por Tito ‘Sensación’ Mejía