jueves, 29 de enero de 2015

Vergonzoso amor


“Vergonzoso amor”
Por Tito Mejía Sarmiento *


Se ha dicho en múltiples ocasiones que cuando se tiene la responsabilidad de presentar un libro, se asume un enorme compromiso, y si se trata del libro escrito por un hombre que anteriormente fue mi profesor en la Universidad del Atlántico y que ha sido amigo de toda la vida, como es el caso de Ramón Molinares Sarmiento, el compromiso es enormemente mayor, pero por encima de esa pretensión, está el verdadero compromiso con el arte, con la honestidad de las palabras.

En toda narrativa, el cuento goza de su propia historia. Con el correr de los días esa historia la podemos dividir en distintos momentos. El oficio de contar como es sabido, es una acción caracterizada por la narratología, es decir, la relación entre el contar, el contarnos, y el tiempo hallado que genera la identificación cultural del mismo cuento.

En el caso del libro: “Vergonzoso amor “de Ramón Molinares Sarmiento, encuentro en algunos relatos una identificación propia del Caribe Colombiano (concretamente la población de Santo Tomás de Villanueva, Atlántico), dividida también en varios momentos, con morfología, sintaxis y arquitectura distintas a otros del mismo autor, verbigracia: “Chartier y Carne de varón tierno”, premiados en el concurso “Noventa años del periódico El espectador” que también se incluyen en esta compilación, lógicamente, sin olvidar la universalidad que tácitamente implican. Además, el autor ha sabido adecuarse talentosamente a un método de análisis de la modernidad literaria que llaman y, que aflora por ejemplo en Cortázar, Chejov, Poe, Quiroga y hasta en el mismo Borges.

Quiero significar que en la mayoría de los cuentos, el estilo está determinado por una confabulación proverbialmente filosófica y lo más importante, con una implicación psicológica cargada en algunos casos de un lenguaje humorístico propio de la idiosincrasia del Caribe colombiano, en medio de un aprieto social que padecen los seres humanos por las circunstancias de la vida. Cito por ejemplo del cuento “El ocaso del viudo”:”Estela era de cuerpo escuálido y senos escasos. Desnuda, tendida sobre la cama, parecía un paisaje desolado, sin flores ni frutos redondos en los que detener la mirada, pero del que brotaban de forma inesperada humedales que delataban la intensidad del placer que le producían las caricias. Se le iluminaban los ojos y se le encendía la piel cuando mis labios, después de relamer las zonas desérticas de su larga y delgada figura, topaban con oasis en cuyas aguas saciaba mi desesperante sed de viudo viejo”.

--Pensé que era su nietecita, don Miguel, me dijo un lunes por la mañana, con la seguridad propia de quien ya había conquistado sus favores y podía permitirse hablar de ella con familiaridad. Esa mañana tuve deseos de romperle a golpes su agresiva sonrisa pero logré contenerme, seguro de que todos los que me odiaban gozarían con el escándalo y encontrarían en él una buena razón para escarnecerme. Preferí soportar la humillación en silencio, muy a pesar de que el soberbio muchacho continuaba de pie frente a mi escritorio y debía observar burlonamente, mientras yo simulaba leer un informe, los escasos cabellos que yo peinaba cuidadosamente para ocultar los amplios espacios de mi calva otoñal—





No puedo dejar de resaltar que el amor, la traición, la pobreza, la desigualdad social y por supuesto la muerte -una invitada indeseable-, son los temas recurrentes en los cuentos de Ramón Molinares Sarmiento, quien con una estructura narrativa equilibrada desde el comienzo, nudo y desenlace, determina el ritmo y la tensión del lector que no quiere despegarse del texto como sucede en el cuento “La muerte de un adolescente”:



”Todos supimos aquí en Villanueva que el causante de la muerte del adolescente Fabio Donado fue Patrocinio Reyes, pero nadie lo denunció ante el alcalde y sus dos policías, que no podían desconocer los detalles del crimen, de dominio público desde la misma noche de su ejecución. Durante el velorio, en el patio y en la puerta de la casa de la tía del difunto los comentarios se hacían en voz suave, casi inaudible, pues, en la confusión, la pena y la ira suscitadas por la inesperada muerte del adolescente no pudieron sobreponerse a lo vergonzoso de la causa que la produjo. Los pocos que pasaron de la ira contenida a la expresión en voz alta, los más educados, alegan quejosos ahora, siete lustros después del homicidio, que no hubo denuncia ni investigación formal de las autoridades ni condena para el culpable porque en Villanueva no sabemos obrar con espíritu de cuerpo frente al delito. Otros sostienen que la impunidad obedeció a la cobardía, al miedo que inspiraba Reyes, que mucho antes de poner las manos en el cuello del adolescente había protagonizado un hecho sangriento en Barranquilla. Desde temprana edad, Patrocinio Reyes tuvo fama de pendenciero; después, ya en la juventud, siguió siendo el mismo buscapleitos, el “desbaratabailes”, como le decían en el pueblo.

Una noche, en Barranquilla, ciudad que visitaba con frecuencia para vender allí bollos de yuca, sintiéndose vencido en una pelea a trompadas librada al pie de una venta de refrescos, agarró el punzón de picar el hielo y lo hundió hasta la empuñadura en el pecho del contrincante. Salió de la cárcel a los treinta años, después de permanecer ocho en ella, sinceramente arrepentido de haber cometido el crimen; anduvo entre los burdeles de la ciudad por algún tiempo y regresó a Villanueva con un niño de brazos que no tenía como él los ojos verdes ni nada que hiciera pensar que fuera de su sangre, pero a quien, con la ayuda de Encarnación, su madre, crio como un hijo legítimo, con la ternura que inspiran los huérfanos y el rigor de quien no deseaba ver repetido en el adoptado su destino de indeseable.

Fabio fue muerto en el rincón de un patio enmontado, aledaño a la casa de Encarnación, sin cerca en el lado que daba a la calle. Su cuerpo flaco, de vértebras salientes, cuya blancura ósea era casi perceptible a través de la piel que las cubría, quedó bocabajo, con el pantalón y el calzoncillo enrollados en los tobillos y una franela blanca de rayas negras que, subida como la tenía, sólo le tapaba la parte superior de la espalda.

El patio enmontado separaba la casa de Encarnación de la de la señora Eugenia, quien, todas las noches, antes de acostarse, a eso de las ocho, se instalaba en el fondo del solar de su casa a hacer sus necesidades mayores. Sentada en una bacinilla de peltre que colocaba sobre un banco de madera, la señora pudo ver en el patio vecino, a través de la cerca de palos amarrados con alambre, las siluetas de dos adolescentes que, al paso de la luz de luna, no tardó en identificar.

Primero observó las figuras con curiosidad, después con asombro, y finalmente con estupor: Alfredito tenía el tronco inclinado hacia delante, como en cuatro patas, con las nalgas desnudas y la cabeza apoyada en el tallo de un papayo; y detrás de él, también desnudo de la cintura para abajo, Fabio agitaba su cintura con un vigor que contrastaba con la fragilidad de su apariencia. Avergonzada de lo que veía, la señora Eugenia cerró los ojos; cuando los volvió a abrir, Fabio, suspendido en el aire, en vilo, guindaba de unas manos fuertes que, detrás suyo, le apretaban la garganta. Cuando, con la lengua afuera, el muchacho dejó de patalear y fue lanzado como un pollo flaco contra el tallo del papayo, la señora Eugenia columbró el brillo de los ojos verdes de Patrocinio Reyes.

Lo visto por la señora Eugenia pasó en seguida a todos los oídos, a todos los labios, pero el homicida no fue denunciado ante las autoridades porque, como siguen sosteniendo algunos, el pueblo entero no pudo resolver la discordia establecida entre la muerte del adolescente y su causa: un crimen y una relación amorosa entre muchachos eran más o menos lo mismo para los villanueveros de entonces”.

Además, el autor Ramón Molinares Sarmiento nos presenta en sus cuentos “Vergonzoso amor y Larga espera”, con una asombrosa finura los triunfos y decepciones de sus personajes, apuntando al universo imaginativo y atrayente de los mismos con una unidad de espacio y tiempo (Cronotopo) formalmente funcional con el propósito de lograr al máximo el efecto final que parece más bien una sentencia donde vibra el yo penetrante con el yo habitual:

“Yo vi las lágrimas que brotaban de sus ojos cuando el café quedó silencioso y vacío.



Desde aquel día se convirtió en un hombre solitario y triste. Más de quince años lo vimos arrastrarse por esta cuadra. Dicen que no volvió a salir de esta calle porque lo apenaba la cicatriz que le cruzaba el rostro, pero yo creo que lo que más lo avergonzaba era que la bailadora de tangos siguiera todavía con el poder de conmover su alma”. (Vergonzoso amor).





“Danilo Cruz no pudo cumplir con sus obligaciones de varón en su primera noche de casado ni en las casi cien de intentos fallidos que le siguieron.

Virgen como era, como debía ser entonces en Villanueva la mujer que subía al altar para contraer matrimonio, Rosa Agustina esperó con curiosidad, quizá con algo de ansiedad y temor, que el hombre tomara la iniciativa, sin hacer un gesto que lo ayudara a sobreponerse al desaliento. Huraño él, habituado a la soledad de los campos, a hablarles en voz alta a las gallinas, a los cerdos, a las vacas que ordeñaba y al manso animal que lo llevaba al rancho por la mañana y lo traía de vuelta al pueblo en la tarde, Danilo quedó estupefacto, sin decir una palabra, sudando a chorros ante su esposa, la primera mujer que veía desnuda en su vida. Sin experiencia en las artes amatorias, ajeno a los prolegómenos de la cópula, desacostumbrado a dar y recibir caricias cuando se desfogaba en los montes, Danilo no buscó el beso de la desposada porque nada sentía en el miembro viril, cuya extendida dureza es lo que más incita a buscarlo.

La madre de Rosa Agustina, que había hecho construir en el patio de la casa una habitación para el matrimonio, fue la primera en darse cuenta de que su hija no había sido feliz en su primera noche de casada. Lo presintió cuando, en la mañana, todavía entre oscuro y claro, Danilo no la miró a los ojos al recibir la taza de café negro que le ofreció; y lo comprobó cuando, ya habiéndose despedido el yerno, que salió de prisa porque tenía que ir a darles de comer a los animales de su rancho, entró al cuarto de la hija y la encontró pensativa, con los ojos cansados, todavía desnuda bajo la sábana blanca y sin mancha que la cubría. La interrogó con la mirada, sin ocultar su ingrato presentimiento, y como Rosa Agustina cerrara los ojos y permaneciera callada, insistió en voz baja, sentándose a su lado: ¿te dolió mucho?

-No, mamá, no me hizo nada, déjame dormir.

- A veces sucede, se da con más frecuencia de lo que una cree; los hombres son unos tontos, se asustan la primera vez, debes tener paciencia, después verás que no te dejará dormir, querrá hacerlo de noche y de día, no le vayas a contar a nadie.

Pero Rosa Agustina tuvo la debilidad de contarle a la que consideraba su mejor amiga, ésta le contó a su madre, que a su vez le contó a la vecina, de modo que antes del mediodía se sabía en todo el pueblo que el matrimonio no se había consumado”.(Larga espera).



Como colofón, los lectores de estos cuentos deben tener presente que, por muy similares que sean a la realidad, e incluso apoyados en un hecho vivido, oído, o leído, lo que van a percibir es algo que fragua y recrea en la fantasía del buen narrador Ramón Molinares Sarmiento y que como tal hecho imaginario, él quiere por supuesto transmitirlo o en su defecto, como al mismo escritor argentino Adolfo Bioy Casares le pasara en su cuento “Las vísperas de Fausto”, venderle el alma a Mefistófeles. (Deténganse un buen rato en el cuento “El portador de la luz “y vivirán esa experiencia). Esto según el crítico y cuentista argentino Carlos Mastrángelo, “ no obsta para que todo cuento tenga que ser verdadero, pero no en el sentido de que la historia que en él se cuenta haya sucedido o corresponda a una realidad exterior (verdad histórica), sino, mejor, verosímil en cuanto que logrado, conseguido, plausible, creíble o, dicho de otra manera, coherente y satisfactorio para el lector, dadas la cohesión interna y la armonización de los elementos que lo integran, al conseguir el autor que los sucesos relatados sean “reales”, es decir, funcionen con total plenitud dentro de ese mundo real que es el creado por el texto”. A más de un lector le ha ocurrido todo eso cuando han leído algunos cuentos de Julio Cortázar, Alberto Pineta, Luisa Mercedes Levinson, Guillermo Tedio, Adolfo Ariza Navarro, Juan Carlos Céspedes, Aurelio Pizarro, Pedro Conrado…

Mil felicitaciones a Ramón Molinares Sarmiento porque los tinos en este libro titulado “Vergonzoso amor”, terminaron siendo más numerosos que los desaciertos.

Tito Mejía Sarmiento *

Ha publicado los libros de poemas: El ojo ciego del planeta, (1992); Visionarios, (1993); La suma de las noches, (1998); Crónica de los días, (2003); Confesión anclada en la soledad de mi alcoba, (2005); De la ciudad y sus amores ajenos, (2013).