Petición
paternal
Tito Mejía Sarmiento
Dos días antes de morir, mi
padre César Eurípides, me dijo en medio del dolor que lo habitaba y carcomía que,
no dejara para nada que el legado de Nelson, su hijo menor asesinado por
fuerzas oscuras el 29 de abril de 2004, frente a las instalaciones del D.A.S.,
en Barranquilla, se esfumara veloz como el beso que se le da a la mujer que no
se ama, y 16 años después, creo que no le he fallado en su afanosa y justa petición
Muchos saben que el médico
Nelson Ricardo Mejía Sarmiento fue un fenómeno político en su natal Santo
Tomás, por algo fue elegido alcalde popular en tres ocasiones con altísimas
votaciones, (la última en una especie de cuerpo ajeno con la representación de
su esposa Onésima Beyeh).
Es que Nelson con su carisma
sabía llegarles a las gentes, era un hombre como dijera el escritor Ramón
Molinares Sarmiento, con un corazón de puertas abiertas por donde entraba todo
el que quería, a cualquier hora del día, noche, sin pedir permiso y sin pagar
cinco centavos.
Hoy, mi hermano Nelson navega
en la memoria colectiva de los Tomasinos, Palmarinos, Sabanagranderos,
Malamberos…
A Nelson lo asesinaron de tres
disparos en su cabeza cuando menos lo esperaba, pero dejó en muchas casas
colgado en sus paredes un retrato o un afiche de sus campañas, donde las
personas se miran como en un espejo. Hay una veneración tan propia hacia Nelson
todavía como si fuera la piel con que se sale a las avenidas para fijar el paso
de los instantes.
Nelson es el hermano que nunca
se ha ido, ni se irá, porque siempre extiende su mirada bondadosa al que lo
necesita, es una especie de hombre en la bruma que vacía su presencia por completo
cuando se le invoca. Lo digo con sinceridad porque a mí me ha pasado cuando
acumulo quebrantos en mi cuerpo.
A veces da la impresión en
Santo Tomás de que Nelson se convierte en los momentos adversos, es decir
cuando las sombras se sostienen perezosas, en el pájaro sanador en cuyas alas
todos, absolutamente todos volamos.
Entonces, podrán matar a
Nelson las veces que quieran, pero nunca podrán acabar con su legado, mi amado
padre César Eurípides. Hace 16 años, quedó imbricado para siempre en el corazón
de las gentes que lo conocieron y eso es exclusividad de los afectos.
Y algún día no muy lejano,
papá, las palabras descubrirán el silencio de los autores determinadores del
crimen de Nelson, para olvidarnos, viejo mío, de este maldito tiempo imperfecto
que ha destrozado el alma de la familia sobre todo cuando la noche envuelve más
el dolor como realidad inagotable.