martes, 11 de agosto de 2020

 

Petición paternal

Tito Mejía Sarmiento

Dos días antes de morir, mi padre César Eurípides, me dijo en medio del dolor que lo habitaba y carcomía que, no dejara para nada que el legado de Nelson, su hijo menor asesinado por fuerzas oscuras el 29 de abril de 2004, frente a las instalaciones del D.A.S., en Barranquilla, se esfumara veloz como el beso que se le da a la mujer que no se ama, y 16 años después, creo que no le he fallado en su afanosa y justa petición

Muchos saben que el médico Nelson Ricardo Mejía Sarmiento fue un fenómeno político en su natal Santo Tomás, por algo fue elegido alcalde popular en tres ocasiones con altísimas votaciones, (la última en una especie de cuerpo ajeno con la representación de su esposa Onésima Beyeh).

Es que Nelson con su carisma sabía llegarles a las gentes, era un hombre como dijera el escritor Ramón Molinares Sarmiento, con un corazón de puertas abiertas por donde entraba todo el que quería, a cualquier hora del día, noche, sin pedir permiso y sin pagar cinco centavos.

Hoy, mi hermano Nelson navega en la memoria colectiva de los Tomasinos, Palmarinos, Sabanagranderos, Malamberos…

A Nelson lo asesinaron de tres disparos en su cabeza cuando menos lo esperaba, pero dejó en muchas casas colgado en sus paredes un retrato o un afiche de sus campañas, donde las personas se miran como en un espejo. Hay una veneración tan propia hacia Nelson todavía como si fuera la piel con que se sale a las avenidas para fijar el paso de los instantes.

Nelson es el hermano que nunca se ha ido, ni se irá, porque siempre extiende su mirada bondadosa al que lo necesita, es una especie de hombre en la bruma que vacía su presencia por completo cuando se le invoca. Lo digo con sinceridad porque a mí me ha pasado cuando acumulo quebrantos en mi cuerpo.

A veces da la impresión en Santo Tomás de que Nelson se convierte en los momentos adversos, es decir cuando las sombras se sostienen perezosas, en el pájaro sanador en cuyas alas todos, absolutamente todos volamos.

Entonces, podrán matar a Nelson las veces que quieran, pero nunca podrán acabar con su legado, mi amado padre César Eurípides. Hace 16 años, quedó imbricado para siempre en el corazón de las gentes que lo conocieron y eso es exclusividad de los afectos.

Y algún día no muy lejano, papá, las palabras descubrirán el silencio de los autores determinadores del crimen de Nelson, para olvidarnos, viejo mío, de este maldito tiempo imperfecto que ha destrozado el alma de la familia sobre todo cuando la noche envuelve más el dolor como realidad inagotable.