lunes, 7 de noviembre de 2016





Lluvia de pandillas



Por Tito Mejía Sarmiento

Recuerdo con mucho regodeo en los días juveniles de mi amado pueblo, Santo Tomás, un hermoso estribillo cuando empezaban a caer las primeras gotas de un aguacero:

¡Qué llueva, qué llueva

la Virgen de la cueva!

¡Qué llueva, qué llueva

la Virgen de la cueva!

Los pajaritos cantan,

la luna se levanta...

Era como si todos los amigos de la cuadra en la Calle Granada, nos conectáramos entre sí, los pensamientos que, generalmente también, se producían sin intervención de los sentidos o de agentes físicos celebrados, para encontrarnos en dicho lugar y jugar varios partidos de fútbol hasta cuando la lluvia cesara.

Hoy muchos años después, asomado a la ventana del apartamento donde resido, cuando veo un cúmulo de nubes que anuncian la proximidad de la lluvia en Barranquilla, solo atino a recitar con mucho dolor, un verso anglosajón muy conocido para espantarla, para que se aleje rápido, haciéndole eso sí, la respectiva variación traductora del original, para poder adaptarlo con la realidad que se está viviendo en nuestra urbe: el enfrentamiento entre muchachos de la misma edad (13,14,15), que ha cobrado en lo que va corrido del año 2016, más de 16 personas asesinadas por las llamadas “pandillas juveniles” que, entre otras cosas, se citan a través de las redes sociales para encontrarse en determinado punto de algunos barrios localizados en los extramuros de la ciudad, no para recrearse jugando fútbol sino para matarse con cualquier tipo de armas ante la impotencia de las autoridades que ven como el tejido social se va agrietando, mientras las personas de bien pegan un estentóreo grito en el cielo para ver quién le da solución a este problema que está tomando desvíos superlativos:

Rain Rain go away,

Come another day,

Little Arthur wants to play,

Rain Rain go away!



¡Lluvia, lluvia aléjate!

¡Vuelve otro día que Arturito quiere jugar!

¡Vuelve otro día!



Rain,Rain go away,

Come again another day,

because Boys want to kill themselves!

¡Lluvia, lluvia aléjate!

¡Vuelve otro día,

que los muchachos de Barranquilla

entre sí se quieren matar!

Ante la preocupación generalizada de la sociedad barranquillera, he consultado con dos especialistas en la materia, el sociólogo y escritor Pedro Conrado Cúdriz y la psicóloga Vanina Mejía Berdugo para conocer las posibles causas y efectos que llevan a esos muchachos de la presente generación a actuar de esa forma irracional y, para ver hasta donde es factible, se puede coadyuvar a ponerle coto a esta desagradable situación social que afea el bello rostro de Barranquilla ante los ojos del mundo.

Pedro Conrado Cúdriz: “Es cierto que este grupo de población es un problema para la sociedad y el Estado colombiano: en el estadio, en el barrio, en la escuela, o en cualquier otro lugar donde opera contra el mundo. Las preguntas que nos hacemos diariamente son: ¿Por qué viven desintegrados de la sociedad? ¿Cómo ocurrió este fenómeno? ¿Es nuevo? ¿Obedece al crecimiento urbano? ¿Simplemente es una fuerza caótica de la sociedad excluyente como la nuestra? Si hablamos de una sociedad de clase, entonces estamos hablando de una sociedad desintegrada, fragmentada por los que tienen más y no por los que tienen menos; mejor dicho, hablamos de una sociedad excluyente. <Por allá lejos queda el barrio La Chinita>, dicen las “personas de bien,” por ejemplo. O sea, por allá viven los más pobres, los más jodidos. ¿Qué significa esto? Pues, que somos inmezclables. Pero también que el modelo neoliberal colombiano no tiene interés en incluir, en mezclar las poblaciones con bienestar con las demás; es decir, en resolverle la vida a millones de colombianos que viven como zombis en la miseria. Este es nuestro apartheid, nuestra tragedia, tratar de construir una sociedad basada en la regulación social de clases para negar, lo que es imposible de hacer invisible, porque los pandilleros son seres humanos, que sienten y piensan, son también sentipensantes. Estoy recordando a Gustavo Petro, cuando era alcalde de Bogotá, que trató de romper esta estructura de clase intentando construir un barrio de pobres (que palabra de sufrida y fea) en un barrio de “clase”. Ese es el origen de la enfermedad social y mental de la sociedad colombiana.”



Vanina Mejía Berdugo: “ Si bien es cierto que el fenómeno social de las pandillas juveniles se ha venido presentando desde hace mucho tiempo en diferentes sectores de Barranquilla, con estilos, lenguajes, argumentos propios e inclusive con acciones únicas para poder atemorizar a los que sus miembros desean ser o consideran para ellos sus víctimas, también es muy cierto que, hoy en día, la nueva modalidad que se está imponiendo en la ciudad, es el enfrentamiento de algunos muchachos mientras llueve. Ustedes se preguntarán ¿Por qué bajo la lluvia? ¿Acaso hay algún estudio que demuestre la existencia de una estrecha relación entre el comportamiento agresivo de esos jóvenes y la lluvia? Ningún estudio ha demostrado lo anterior. Sin embargo, desde el punto de vista del enfoque social, esas denominadas “Pandillas” necesitan ser reconocidas, identificadas por algún factor, es decir ellas condicionan proyectar o manejar sus propias identidades o imágenes. Para los jóvenes que conforman dichas pandillas, es muy fundamental, que la comunidad en general e incluso sus propios enemigos de turno, puedan avistar en ellos un estilo de vida, marca o quizás modalidad que los reconozca para ser “ultra famosos”. De tal forma, que enfrentarse bajo la lluvia, es como invadir el lado más expresivo (catarsis) que un ser humano puede tener al momento de mojarse y/o bañarse libremente. Para nadie es un secreto que en una ciudad como Barranquilla, por costumbre o idiosincrasia, el agua caída del cielo representa alegría, gusto, nostalgia… Y es ahí, en ese instante, donde los jóvenes, precisamente, se liberan de todo. Así que, para esos grupos tratar de invadir la tranquilidad de una comunidad, los ayuda a sentirse como los verdaderos protagonistas o héroes del fenómeno social bajo la lluvia. La identidad y el vínculo en esos grupos, son los dos grandes factores que desencadenan el desarrollo de habilidades específicas en los mismos, para luego tomar acciones de enfrentamientos, riñas y por supuesto, muertes… El proceso de poder reinventarse (tomarse a la fuerza) viene a ser el principal mecanismo que lleva a manejar esas nuevas modalidades en la urbe: grupos reconocidos que necesitan crear espacios, para que sus víctimas y la comunidad en general “respeten sus leyes”, durante la caída de un fuerte aguacero.

El foco de atención para intervenir oportunamente a esos jóvenes, es crearles espacios diferentes, donde ellos pueden expresar sus propias conjeturas, para proyectarlos como gente de bien. Sumado a eso, se necesita plantear un proyecto de vida donde se sustente en cada uno: ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Cómo me veo en algunos años? Y además, enseñarles la importancia de los grupos. Concientizarlos del valor que recobran, crear nuevas habilidades en los mismos para un estilo de vida diferente desde el punto de vida personal y social.