sábado, 2 de marzo de 2013

Texto leído en la presentación del libro cara y sello "De la ciudad y sus amores ajenos", de Tito Mejía Sarmiento, y "Memoria diaria de un condenado", de Pedro Conrado Cúdriz, el día 1 de marzo (2013), en el salón de conferencias de Combarranquilla de Boston.

DOS MOMENTOS TEMÁTICOS EN LA POESÍA DE TITO MEJÍA SARMIENTO

Guillermo Tedio


 El escenario donde Tito Mejía Sarmiento echa a rodar sus evocaciones o las líricas de sus asuntos poéticos, es la urbe, como se dice en el título del libro que hoy presentamos —La ciudad y sus amores ajenos. Allí, como en toda ciudad que se respete, hay la angustia callejera, la muerte, el rodar del transeúnte, el ajetreo del negocio, la diligencia que nos hace sufrir de cotidiano fastidio. Y en ese ámbito o espacio, en esa escena, es necesario que el amor se haga ajeno, es decir, auténtico, porque el propio se ha vuelto extraño en la hipocresía de las convenciones sociales. Y solo en el cuerpo del otro se alcanza esa ebriedad de milonga silente que recompone las fuerzas y el latido para seguir empujando el carro 'e mula de la vida. Sin temor a equivocarme, yo diría que hay dos momentos, si se quiere, dos direcciones o ejes temáticos en la poesía de Tito. Uno es el día, la calle, la plaza, el miedo, la muerte, es decir el afuera de la ciudad que sangra. Y el otro es la noche, lo nocturno, propiamente la alcoba, el adentro, la presencia del cuerpo femenino, la piel de los amantes, es decir, el erotismo, el amor. Y esos dos momentos o ejes temáticos nos devuelven a Eros y Tánatos, que parece ser el doble fondo de toda ciudad moderna. Y tal vez por ese retorno de Tito al arquetipo inicial de los griegos, es que Ícaro, en esta poesía fresca y descomplicada, sea ahora un payaso de circo urbano que juega a derretir sus alas en los resplandores del trópico. Y así mismo, Penélope sea una palenquera vendedora de bollos que espera a su marido perdido en la búsqueda de trabajo por las calles de una Ítaca urbana. Y regrese Lais de Corinto en el cuerpo de una mujer sin escuela cuyos tacones, después de muerta, aún siguen resonando en los oídos de sus muchos amantes nocturnos. Así, las calles con sus mendigos y su argamasa gris, su basura y el aullido de sus perros, su pan duro y su lluvia desaparecen. Toda esa rutina se acaba cuando el hablante lírico hecho personaje abandona el tráfago exterior de la ciudad y entra a la alcoba para que entonces ella se quite el vestido rojo que hace juego con su boca roja y su piel se abra de un solo tajo. El erotismo va siendo entonces una constante que madura en los poemas de Tito. No hay que olvidar que Eros es quizás la experiencia humana que ofrece mayor gozo a la existencia, de allí que sea el bocado de siempre, la perpetua búsqueda, el más poderoso instrumento para romper la monotonía y el sufrimiento que deja sobre nuestra piel la herrumbre de la ciudad diurna. En literatura, el erotismo y la sensualidad se dejan sentir mediante un tejido de palabras que nos devuelven a la experiencia amorosa de las formas corporales, de los olores y sabores de la piel, de los dilemas y entregas del tacto. El afuera de la ciudad es el miedo. De allí que el hablante diga: "Es mejor quedarse en casa / una noche de estas / e inventarse citas improbables / tras la puerta del miedo". Porque en el día, las calles y plazas de la ciudad son el campo de una guerra que deja cicatrices en la cara hambrienta del niño abandonado, del pordiosero harapiento, de la prostituta ambulante, del atracador ansioso, del obrero moroso en su deuda. En cambio, en la noche es otra la guerra que se juega en las alcobas y ahora los asaltos son de "carne armada" cuando el hablante dice: "Arriba las manos que esto es un asalto", y la mujer se desnuda y le entrega su boca. Es entonces cuando los amantes se vuelven "guerreros pensantes / que juegan a matarse por amor". Barranquilla, marzo 1 de 2013