lunes, 7 de diciembre de 2020

De mi diario.

 






Tomado del libro “A veces llegan cartas” de Tito Mejía Sarmiento 
DE MI DIARIO 
Me llamo NELSON RICARDO MEJÍA SARMIENTO. Soy médico de profesión con énfasis en pediatría y un loco enamorado de la vida y, por eso creo que nunca me han asesinado. Tampoco quiero que la soledad me consuma sin sentido. Necesito que me escuchen o mejor que me lean. No sólo para comunicarme con ustedes sino para prescribir señales de vida, aunque sea como un eco lejano, un grácil sabor de mi yo detenido en estas calientes tierras de Yaure, donde a decir verdad, me han tratado muy bien en muchos sentidos y en donde entre otras cosas las mujeres sin proponérselo, instalan proa cuando miran por las ventanas que convierten en punto de estiba mágico y, desde donde se hacen etéreas para fugarse con el amor deseado, queriendo significar con ello, que nadie puede enjaular los ojos de una mujer enamorada que se arrima a una ventana. Tengo una grande, diría asombrosa impresión de que alguien responderá estas misivas, (un buscador infatigable de mis acciones con una precisión tal, como si conociese el don de mi ubicuidad), que expresará además, el mundo en el cual quiero moverme con un lenguaje de portentosa imaginación para que no se difumine el eco sonoro de mi espacio. ¿Quién soy yo entonces se preguntarán ustedes? Pues, un ser que flotará en torno a unas cartas, a unos escritores que perseguirán mi eternidad legada, a unos padres que nacieron, crecieron y lo dieron todo por amor, y que se morirán por amor, a unos hijos(as) sin el olor a padre en sus prendas de vestir, a unos hermanos(as) portadores de sueños, a unos pacientes que son la prelación en el rutilante apostolado de mi vida, a unos amigos (as) de verdad- verdad, de esos que te tienden la mano hasta en el vago cofre de los astros perdidos, a unos pueblos de habitantes díscolos y afectuosos que a veces ignoran el quehacer más importante de sus vidas por un carnaval de indiscernibles emociones durante cuatro días, a unos amores ajenos, a unos sentimientos encontrados, a unos gallos finos que anuncian profecías, a un hecho concreto y lógicamente a una esposa, quien a propósito le exteriorizaría fervorosamente que cuide a la familia, que me espere, que incluso no se case ni se comprometa con nadie porque la amo todavía y, si lo hiciere, tengo la plena seguridad que los hijos le nacerían con los mismos rasgos míos debido a que la fuerza de mi amor hacia ella es y será de muerte y de memoria. Para ser franco, no quiero que me pase como “el alfiler con óxido del saxo tenor del gran poeta español Felipe Benítez Reyes, hundido como un talismán de olvido y de infortunio”