sábado, 17 de junio de 2017



Si en este mes de junio, considerado el mes  del padre, estuvieras a mi lado, viejo César Mejía Pizarro (TITO)!
Por Tito Mejía Sarmiento

Imposible silenciar tu voz de mis oídos, papá.
Borrar tu imagen de mi memoria, también es imposible.
Desprender tu abrazo de mi cuerpo, es mucho más que imposible.
Tu piel es mi piel, viejo Tito.

Recojo el abril de tu vida para la mía, mi viejo amado.
Tus consejos jamás se gastarán, te lo juro,
porque los guardaré en mi corazón,
y tu inteligencia de contador empírico,
y hablante de dos idiomas (Español e Inglés) mucho menos,
porque será el manual de presencias
para los días que me siguen en esta carrera febril sin metas,
mi contertulio amado.

Ahora cuando acudo a los predios de mi infancia,
me acuerdo de ti, enseñándome
cómo manejar la primera bicicleta “Royal florido”
que me trajo el niño Dios por los años 60,
mientras Cipriano, Arnaldo y Nelson, mis otros hermanos,
se retorcían en cólera porque sus barcos piratas
no querían partir de aquel puerto imaginario
de la alberca que tenía mi abuela María Guadalupe
en el inmenso patio de arena blanca de su casa.

Cómo olvidarme papá,
de la cotidianidad de tu mundo interior
que transportabas a la esfera de la ternura
de mi madre Eloina, quien entre otras cosas,
te aguantó durante muchos años,
las travesuras del Casanova enamorador
que fuiste y ella  en su candor débil y triste,
te  esperaba impacientemente en la terraza de la casa
como si te hubieras ido de viaje.
A lo mejor ahora en el cielo, tú y ella estarán bailando magistralmente,
la canción “El Guayacán” interpretada por Lisandro Meza
que tanto te gustaba y por supuesto, el vals “Los bosques de Viena” de Johann Strauss.

¡Papá, yo quiero ser tu yo, disperso en mil amores!
Viejo Tito, en estos momentos la razón se levanta,
rompe los esquemas tangibles y la tristeza por otro lado,
toca el portón de las angustias,
traspasa el tiempo de evocaciones viejas con su aguda lanza,
mientras las huellas de la vida
quedan impresas en los ojos del alma
para siempre con sus lágrimas furtivas y rebeldes.
Entonces, sólo quedan entre otras cosas,
las fotografías sonrientes de épocas festivas, extrañas
y el cenicero con el último cigarro que fumaste
mientras jugabas dominó todos los domingos
en “El Nuevo Mundo” con tus amigos Rafael Visbal, el mono Bibio,
mis tíos Néstor y Gustavo entre otros,
la infaltable botella de menticol
y la libreta de apuntes con tu rosario de palabras en la mesita de noche,
en un intento de amor sin despedida, viejo hermoso.
Y también por supuesto, quedan Bertha, Vilma,
Mirna, Libia, Germán, Alex, Alejandra
y Kito escuchando tus pasos
con un amor verdadero y transitando caminos
sin tus manos por el resto de la casa.
Me queda un olvido repleto de recuerdos que eres tú, papá querido.
¡Qué orgulloso me siento de ti, papá!
¡Te amaré siempre, mi querido viejo Tito!

Tu hijo, Tito Mejía Sarmiento.
Poeta Colombiano

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