miércoles, 11 de abril de 2018




Hoy miércoles 11 de abril de 2018, cumple siete años de haber fallecido, mi padre César Eurípides Mejía Pizarro a la edad de 93.

Me parece aún verlo sentado en la silla de ruedas, diciéndome: ¡Me voy a morir sin saber quién mató a mi hijo Nelson Ricardo!

Mi hermoso viejo tenía una lucidez extraordinaria hasta en los últimos segundos de su vida! ¡Por algo hablaba tres (3) idiomas y leía todo tipo de novelas!

Además, lo recuerdo sentado bajo la sombra del perfumado tamarindo en el patio de la vieja casa del pueblo, al lado de mi madre Eloina, también fallecida en abril, tratando de jugar múltiple veces a cautivar un beso hasta cuando el último rescoldo de la destartalada hornilla se esfumara con el alba.

Creo verlo, reseñando en su libreta de apuntes con un agrado superlativo sobre el zarandeo del tiempo, el primer aguacero de cada año.

Vivo está el recuerdo en mi mente, cuando se paraba frente al espejo para peinarse y verse así mismo su abultada e infinita plateada cabellera.

Prohibido olvidar los instantes cuando mi viejo querido trataba de dormir a uno de sus nietos en sus piernas, silbando la famosa canción “El chupaflor” de Alejandro Durán, al filo de una encrespada madrugada de octubre.

A veces, viejo amado, sueño otra vez con ser el niño que tú mandabas a regar casi todas las tardes a las cinco en punto, el jardín para ver crecer el carnaval de mariposas en derredor de una flor abierta, cuya bondad nunca se extinguía ni con la tersa mirada de la noche.

Ahora más que nunca sé que en medio de los recuerdos emergen los días desde aquellos ojos negros bien tuyos para los míos, y tu cara me parece ser el espejo que reconoce la mía, amado viejo.

¡Si tú supieras cuánta falta me haces, padre mío!

Tito Mejía Sarmiento

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