Piel braille
Para Homero y Sonata, invidentes de la calle 100
Con sus voces se fueron guiando como si vivieran en sus ojos: ¿De qué lado estás, Sonata?-A un metro tuyo, Homero- Y así, a fuerza de tacto, vaciando la timidez, se inundaron de ganas, se despojaron de sus prendas hasta quedar completamente desnudos. La claridad de la alcoba contrastaba con la cerrazón de sus ojos. Por la dureza y el alto relieve de sus pezones, se notaba que la piel de la muchacha jamás había sido domesticada. De pie, frente a frente, él comenzó a besarla en derredor a su nuca lo que la llevó por momentos a lanzar unos gemidos breves y precisos de amor en la entrada de un precipicio. Luego, pensándose dentro de cada uno, se besaron en la boca sin decir una palabra, se manosearon repetidas veces la piel braille de sus cuerpos, mientras la tarde se iba tendiéndose a sus encantos. En ese caos de caricias y de súplicas, es decir, en ese nada existe que no se olfatee, Sonata abrió inevitablemente sus piernas para que Homero hundiera toda su erecta sombra en la estrecha cordillera de ella, hasta derramarle la hirviente llamarada con todos sus poderes lácteos. Al final, sus miradas parecieron perderse a lo lejos en el alma del silencio. Ambos sonrieron momentáneamente por el deber cumplido. Ellos, dueños de sí mismos, están seguros que a lo mejor en otra ocasión, aunque no existan las miradas, sus ágiles manos imantarán nuevamente bajo la piel de Erato como una víbora que devora y resucita, la luz de los deseos a la velocidad del minutero obediente en ojos ajenos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario