Una reflexión sobre el olvido que no seremos
Por Tito Mejía Sarmiento
Admito con sinceridad que cuando me piden escribir sobre lo que en vida fue un amigo, en este caso tan popular como Dimas Fontalvo Escorcia, el licenciado en Matemáticas que falleció hace un mes en Santo Tomás, dejando un profundo dolor en el alma de muchos de sus habitantes , mi cabeza comienza en el acto a dar vueltas en todo su contorno con el único propósito de organizar desde su principio, nudo y desenlace toda la naturaleza real y necesaria del mismo Dimas, para no caer en ponderaciones o desaciertos que pudieran herir de alguna manera, la susceptibilidad de los suyos y conocidos.
A pesar de tratar y conocer por mucho tiempo a Dimas, apelo primero a la reflexión de varios de sus estudiantes en la Institución Educativa Técnica Comercial de Palmar de Varela, quienes escucharon durante más de 20 años, la eficacia de sus enseñanzas con un estilo pedagógico elegante y muy particular, sobre todo acompañado de un equilibro emocionalmente muy humano que cautivaba la atención de los mismos educandos. Según ellos, el profesor Dimas los trataba como a sus propios hijos e incluso sacrificaba uno que otro sábado en familia, para explicarles humildemente con la lógica proposicional de su sabia experiencia, algunas dudas en las implicaciones Tautológicas y de Física Cuántica proporcionadas en clases.
Y como la razón a veces requiere de recogimiento, de edificar el propio silencio para recordar lo que no se desea olvidar, me parece ver ahora en estos instantes de presente histórico, al amigo Dimas caminando sonriente las calles de mi pueblo con un libro en su mano derecha, con una elegancia de pavo real impecable, sin caer en la jactancia o creencia popular de que todo aquel que porta libros es un empedernido lector.
En mis retinas está aún instalada la imagen de Dimas con su cuerpo en su totalidad brotado producto de una varicela que le dio, acompañado por sus hermanos Moisés y Jacob, llegando a una mesa de votación para apoyar la candidatura de Nelson Mejía a la alcaldía de Santo Tomás para el periodo constitucional 2004- 2007, en el más noble acto de admiración que jamás se haya visto hacia determinado candidato por estos lares. Les confieso que desde aquel domingo de octubre electoral, Dimas se metió para siempre en el corazón de la familia Mejía Sarmiento, en una especie de eternidad contenida. Mi padre César Euripides y mi madre Eloina lloraron por más de 20 minutos seguidos en casa, cuando comentaban conmigo la sensorial ocurrencia de Dimas, en aquel puesto de votación planificado en esa oportunidad en el colegio Oriental.
A veces también lo veo al lado de Pedro Fontalvo Ojeda, luciendo con orgullo el uniforme del equipo de fútbol “Los profesionales”, mientras ensayaba tácticamente un pase de crack como buen back central que fue, en la cancha Peldar, sediento de que el partido empezara.
…Y cómo olvidarlo por ejemplo cuando en una noche de semana santa por los años 70s, con un cielo tachonado de estrellas, en el teatro Atlántico de la población, repleto en todo su aforo, se proyectaba la película mejicana “El mártir del calvario” con el actor Enrique Rambal como protagonista. Dimas estaba sentado con su hermano David en una de las tantas bancas de madera que se solían utilizar para esa época y, como por arte de magia, Dimas hizo un giro hacia atrás y comenzó a llamar para cederles los puestos a dos señoras de avanzada edad que permanecían de pie, mientras yo sentado al lado de mi novia de ese entonces y cuyo nombre no quiero revelar por obvias razones, nos moríamos de la pena muy cerca de ahí.
Pero él ya no está físicamente con nosotros, el 13 de mayo de 2019, su esposa Margarita Mora Beleño y sus camadas: Dimas José, Antonio David, José Alejandro y Jennifer lo vistieron con su mejor prenda, el pueblo le dijo consternado adiós, cada asistente al sepelio lo sintió a su manera. Ahora el espíritu de Dimas responderá por las noches en un dialecto que solo los suyos entenderán y lo más seguro se “paseará por toda la casa en busca del agua de la vida, sin saber quién cerró el grifo para siempre”, como dice el clamoroso verso del poeta chileno, Jaime Ignacio Magnan Alabarce.
Entonces, pregunto: ¿Cómo olvidar a un amigo, amigo como el que acaba de morir, con unas cualidades fundamentales y no tan comunes en una sociedad actual de ternuras difíciles, donde además los principios y valores humanos agonizan cada día? Quizás ahora me entiendan evidentemente, el título de este panegírico y, a manera de colofón les dejo este poema de mi autoría:
Prohibido olvidar
Ninguna avalancha destrozará la recordación
de los míos que ya no están,
así los minutos que estipulan el curso de los días
a través de la metáfora del tiempo,
consuman el acoso de las horas muertas,
y las palabras que oprimen el silencio
cuando menos las esperamos
en las noches de las ventanas cerradas,
sin querer, deshabiten la presencia por completo con asombro,
en una sola determinación hacia la eternidad.
Entre tanto, seguiré en mi intimidad secando lágrimas,
a pesar de que otras consideraciones embellecen el luto
sobre la arena pisoteada cuando las oraciones santifican las alturas
para mitigar y ocultar las heridas...
Santo Tomás, 13 de junio de 2019.
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