viernes, 8 de junio de 2018
Cada vez que dejo a Valledupar, seco lágrimas de despedida
Por Tito Mejía Sarmiento
Con sobrada razón e inmensa alegría, cada vez que le pregunto por Valledupar, al gran colega periodista, escritor y relator deportivo, Andrés Salcedo González me canturrea con su educada voz, la primera estrofa de la canción que le compuso y que convirtiera en un clásico de la música tropical, el artista de Juan Piña: “Valledupar, edénico lugar que brilla bajo el cielo de la tierra mía. El corazón no puede soportar el tremendo dolor que da tu lejanía. Valledupar, el corazón confía a tus paisajes volver algún día. Valledupar coqueta y vanidosa. Yo volveré para cortar tus rosas”.
Y yo también, volví, después de 15 años, el 2 de junio de 2017, a raíz de una invitación que me hiciera el reconocido locutor de la Reina Estéreo en Barranquilla, Ricardo Peñaloza, con motivo del lanzamiento del nuevo trabajado discográfico del artista de música vallenata, Silvestre Dangond, quien entre otras cosas, demostró su excelente calidad interpretativa y carisma por más de dos horas en el escenario del parque de la Vallenata, que lo convierten sin discusión actualmente, y sin ánimo de herir susceptibilidades, en el mejor exponente de este género musical.
Quiero manifestar que ya antes había estado trabajando en la ciudad de los Santos Reyes, entre 1977 y 1985, como docente de Filología e Idiomas, en reconocidas instituciones (Instpecam, Loperena, Liceo Bolívar, Santa fe, Alfonso López) y locutor en Radio Reloj y la desaparecida Ondas de Macondo.
Después volví en 2005, ansiosamente para gozarme en pleno el Festival Vallenato que ganara Juan José Granados, y lo hago cada vez que quiero porque la belleza de la tierra del Cacique Upar siempre tiene una gran valía. El que llega allá necesita de un inmenso silencio como una especie de espejo vacío para que lo cope toda palabra bien adjetivada.
Valledupar es una ciudad muy atractiva, dinámica, bien planificada con unos paradisíacos lugares donde el turista no se cansa de escoger y, lo único quizás que permanece quieto es el inmenso calor que hace las 24 horas, por la escasa oscilación térmica anual. En esa geografía nacional, usted está a salvo por la hospitalidad de sus habitantes. La mujer vallenata, por ejemplo, ama tanto con el corazón que el grifo gotea constantemente aunque permanezca cerrado, mientras se respira una melancólica canción de ausencias atiborrada de misterios o por el delirio de los estados de ánimos en el sentido más preciso de las cosas.
Cada vez que dejo al Valle seco lágrimas de despedida, por eso regresaré lo más pronto posible, porque parodiando al maestro, Andrés Salcedo González, mi corazón no puede soportar el tremendo dolor que da su lejanía”. Pregúntenle al sociólogo Pedro Conrado, a su hijo Roberto, a mi hijo menor Ralson Mejía Berdugo, compañeros de esta aventura quienes al unísono manifestaron que Valledupar es la más alegre manifestación de lo sucesivo. ¡Si no ha ido a Valledupar, hágalo hoy mismo, allí los deseos se cristalizan!
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