¡Para
que el recuerdo sea el primer invitado
de todos los días!
Por Tito Mejía Sarmiento *
“Hay personas que nunca se van, que los pueblos no dejan
ir, que permanecen en los parajes más secretos de la memoria colectiva”. (Ramón
Molinares Sarmiento)
Este 29 de abril de 2016, se
cumplen 12 años del infame asesinato de mi hermano Nelson Ricardo Mejía Sarmiento,
a pocos metros de las instalaciones del DAS en Barranquilla, cuando fungía como
alcalde de Santo Tomás, Atlántico, siendo presidente de Colombia, Álvaro Uribe
Vélez.
Se han escrito tantas
páginas acerca de él, algunas clamando verdad y justicia por su asesinato;
otras reconociendo al gran líder carismático que, según opinión de muchos,
sentó un precedente sobre una forma de hacer política en Santo Tomás, guiada
bajo los principios de honradez y honestidad teniendo como fin último el
bienestar del pueblo, pero la página que nos interesa a todos, especialmente a los
familiares, es decir, sobre los autores
que dieron la orden o determinaron acabar con la vida de mi hermano, aquel
maldito 29 de abril de 2004, ya no se dice absolutamente nada de nada. ¡Todo sigue en la impunidad!
Por eso, mi madre querida Eloina Sarmiento Charris, a pesar de haber perdido un
poco la memoria a sus 87 años de vida y no es para menos, con justa razón se pregunta mientras en el mar de sus ojos, solo se balancean grandes
olas de tristeza: ¿Entonces, quién mató a mi hijo Nelson?
En la búsqueda de esa respuesta comienzo a incorporar un
collage de textos, fotos, novelas, poesías, panegíricos que parecen inconexos
pero que juntos transmiten, un universo personal, tangible, con inquietudes,
virtudes... Hago un pequeño recorrido aleatorio (instantes de su vida) que me parece
fundamentalísimo y que de alguna manera siento que lo define:
Veo a Nelson,
el niño enjuto, de orejas que llegan al cielo, simulando curar con unos
alambres eléctricos que hacen las veces de estetoscopio, a otros niños de su
edad en la cuadra de la calle Independencia (casa marcada con el número 1262,
donde nació el 14 de junio de 1956) como presagiando quizás, ese universo
hipocrático que lo esperaría años más tarde para satisfacción personal,
familiar y de la sociedad, esa sociedad que lo anidó para siempre en su corazón
y que lleva en los ojos desde aquel trágico 29 de abril de 2004, un rebelde dolor que todo el mundo mira.
Después de haber culminado su bachillerato en el
colegio diversificado Oriental de Santo Tomás a los 16 años de edad, Nelson viaja a la ciudad de
Cuenca, capital de Azuay en la vecina
República del Ecuador con el inmenso propósito de estudiar Medicina, carrera a
la cual le haría el amor todos los días sucesivos de su existencia para mitigar
el dolor de sus semejantes en un derroche vital al servicio de la amistad sin
límites.
En aquella fría capital ecuatoriana, Nelson a pesar de los “apuros
económicos” por los que atraviesa, le imprime a su ángulo de estudio un giro de
ciento ochenta grados, para ocupar los primeros puestos en casi todos los semestres
en la famosa Universidad Estatal de Cuenca.
Latente está en mis retinas cuando yo trabajaba en
Valledupar entre los años 70s, y parte de los 80s, su inconfundible escritura
con la letra (L) meciéndose de izquierda a derecha y viceversa, solicitándome a
través de una extensa misiva que le enviara mensualmente más de cinco mil Sucres
(moneda de aquel entonces) por la devaluación del peso colombiano ya que
necesitaba comprar unos libros de Medicina con énfasis en Pediatría, su fuerte
académico y en donde encontró ríos de límpidas y sosegadas linfas que
abreviaron su ávida sed de saber, de
aladas ideas y de pensamientos profundos.
El
18 de agosto de 1982, Nelson recibe el título de Doctor
en Medicina y Cirugía.
A
la ceremonia de graduación asistió mi madre Eloina Sarmiento Charris, quien de
regreso a nuestro terruño por la vía aérea, mostraba orgullosamente a los
pasajeros que se sentaron cerca de su silla, el diploma de su hijo médico. Y no
era para menos, su vientre había parido tal vez como dice el connotado escritor
Ramón Molinares Sarmiento en uno de sus relatos publicados en la prensa de
Barranquilla: “Nelson fue y será uno de los mejores médicos de Santo Tomás en toda su
historia. Y nunca antes este pueblo de más de veinte mil habitantes había
convertido a un hombre en objeto de tanto amor. Nelson era un corazón de
puertas abiertas, por donde, sin pedir permiso, entraba todo el que quería a
cualquier hora del día o de la noche. En ese corazón tan grande como una casa,
el desamparado sabía que podía encontrar y hacer suyo lo que necesitaba de la
alacena o del armario de los medicamentos”.
Sin
ser yo ningún arúspice creo que mi
hermano Nelson curaba con sus ojos
llenos de afectos y su voz baritonal, específicamente cuando se trataba de
infantes. Porque no hay, no pasa por la mente del hombre ni un solo concepto
que no sea afectivo, en grado mínimo o en grado sumo. Y el médico Nelson
Ricardo Mejía Sarmiento al intuir una realidad cualquiera, su querencia
estaba implícita en su misma comprensión con los pacientes, a quienes veía como
tales y no como clientes. Definitivamente, Santo Tomás y otros pueblos circunvecinos tenían en Nelson a un filántropo de tiempo
completo.
Y no se puede dejar a un lado, la significativa
influencia que Eros ejerció sobre Nelson,
galán de noble estirpe, que una veintena de hermosas mujeres configuran su
producción idílica como un cáliz maravilloso que permite apurar los ensueños de
la pasión.
Puedo afirmar que Nelson
antes que amar a mujer alguna, jugó
su febril corazón al azar y se lo ganó el mismo amor. Nelson tenía una idea perfeccionista del Romanticismo, y por eso se
enamoró muchísimas veces, en busca de ese amor ideal que sólo lograba encontrar
bajo la madrugada de sus ojos.
En un país angustiado y salpicado por la crisis social
y la guerra, Nelson llegó a ser
elegido dos veces alcalde popular de Santo Tomás para los períodos
constitucionales de 1995 a 1997 y de 2004 a 2007 (obteniendo las
más altas votaciones en la historia del
pueblo tomasino y realizando una magnífica labor en su primera administración:
¡Ahí están las obras, ante los ojos de todos!) pero unas balas asesinas acabaron
cobardemente con él, aquel 29 de abril de 2004 a las 12:45 de la
tarde.
Segundos después, la vida a todos los habitantes de la
población se le vino encima como un volcán de iracunda erupción que todo el
mundo conoce. Y el pueblo que es soberano y constituyente primario no se convirtió
en el payaso de la realidad y supo interpretar la historia, eligiéndolo
nuevamente por tercera ocasión aun estando muerto, en la persona de su esposa Onésima Beyeh
Cura, el domingo 27 de junio de 2004.
¡Cómo borrar de mis retinas, su ataúd cubierto de
flores, panegíricos, canciones, poesías, afiches y estampas entregadas por
desconocidos y desconocidas que también lloraban su muerte!
¡Cómo olvidar a la multitud vivándolo, aplaudiéndolo y
pidiendo justicia bajo el torrencial aguacero de aquel primero de mayo de 2004.
Ni aquellos abrazos solidarios que recibí esa mañana, de personas que al
estrechar mi cuerpo, se sentían a lo mejor un poco más cerca de Nelson!
Si el sentido de la vida es llegar a ser querido, sé
que partió pleno.
¡Nelson ya
no está, eso es cierto! Lo más terrible de la muerte es el propio vacío, la
ausencia eterna de su materia. Ya no puedo volver a abrazarlo, mamarle gallo,
pelear con él… Tampoco podemos seguir añorando a Nelson sin ser consecuentes con las reflexiones y retos que nos
legó. Su erguida herencia ante todo creativa, combativa, trabajadora, emplaza a
todos los tomasinos y tomasinas de hoy a investigar para la sana discusión,
para no dejar en el estricto pretérito los hechos que construyeron y cambiaron
a nuestra amada tierra tomasina antes y después del gran líder llamado Nelson Ricardo Mejía Sarmiento.
Nelson no sabía que
lo iban a matar. Lo que sí sabía, es que un grupo de amigos escritores como
Ramón Molinares Sarmiento, Pedro Conrado Cúdriz, Aurelio Pizarro Meola, Roberto
Sarmiento Fontalvo, Manuel Guillermo
Ortega (Guillermo Tedio), Moisés
Fontalvo Escorcia, Aurelio Pizarro Meola, Edwin Navarro Bravo y yo lo íbamos a recordar para siempre, y que
parodiando al maestro Héctor Abad Faciolince, lucharíamos por rescatarlo del
olvido al menos por unos cuantos años más, que no se sabe cuánto duren, con el
poder evocador de las palabras
para que el alba, se haga alba en la eterna cantata de sueños, y de paso los
recuerdos se conviertan en poemas cuando el viento empiece a abrazar vivencias
y las golondrinas pueblen los inviernos de nuevo en las copas de los árboles, para
que su memoria sea la memoria de otras memorias y por supuesto, para que ¡para que el recuerdo sea el primer invitado
de todos los días!
Tito
Mejía Sarmiento* Poeta, Locutor profesional, Licenciado en Filología e
Idiomas (Universidad del Atlántico). Docente de tiempo completo en el
Instenalco de Barranquilla.
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