Este poema nace de un caso que conocí en la ciudad de Barranquilla, la última semana de septiembre de 2019. He cambiado el nombre de la protagonista, por obvias razones y respeto a sus dos hijas
Por Tito Mejía Sarmiento
¡Tú no tienes la culpa, Zoraida, no la tienes!
Por Tito Mejía Sarmiento
¡Tú no tienes la culpa, Zoraida, no la tienes!
Zoraida, mulata de 30 años, camina con sugerente ritmo
por la avenida principal de la urbe.
Carga en su cuerpo el pesado sello meretricio desde los 20.
A veces, duda si continuar o no con en eso,
pero en su mente salta la pregunta de siempre:¿quién velará por mis dos pequeñas hijas
si estoy sola en este mundo desde que a mi marido lo mataron en la milicia?
Entonces, Zoraida con dolor abre sus piernas a la noche
en el esponjoso lecho de cualquier motel,
hasta cuando se derrama la nieve con el solo roce del tacto.
Al final de la jornada, Zoraida agotada de tanto desorden cercenado
regresa a casa, víctima de insignificante amor.
Guapa Zoraida, tú, no tienes la culpa de esa infernal rutina que abraza tu soledad
y te ata a ese ambiente perverso de corazón desnudo, eternamente tuyo.
¡Tú no tienes la culpa, Zoraida, no la tienes, Zoraida!
El afán de todos los días, mujer de milagros prorrogados,
es cruzar la ciudad en la búsqueda
de varones hambrientos de sexo.
Entretanto, la vigilia de tus dos hijas
en casa, tortura las noches de maternal ausencia,
antes del reencuentro con la esperanza en una sociedad sin nombre
que por necesidad le habla a tu oído.
por la avenida principal de la urbe.
Carga en su cuerpo el pesado sello meretricio desde los 20.
A veces, duda si continuar o no con en eso,
pero en su mente salta la pregunta de siempre:¿quién velará por mis dos pequeñas hijas
si estoy sola en este mundo desde que a mi marido lo mataron en la milicia?
Entonces, Zoraida con dolor abre sus piernas a la noche
en el esponjoso lecho de cualquier motel,
hasta cuando se derrama la nieve con el solo roce del tacto.
Al final de la jornada, Zoraida agotada de tanto desorden cercenado
regresa a casa, víctima de insignificante amor.
Guapa Zoraida, tú, no tienes la culpa de esa infernal rutina que abraza tu soledad
y te ata a ese ambiente perverso de corazón desnudo, eternamente tuyo.
¡Tú no tienes la culpa, Zoraida, no la tienes, Zoraida!
El afán de todos los días, mujer de milagros prorrogados,
es cruzar la ciudad en la búsqueda
de varones hambrientos de sexo.
Entretanto, la vigilia de tus dos hijas
en casa, tortura las noches de maternal ausencia,
antes del reencuentro con la esperanza en una sociedad sin nombre
que por necesidad le habla a tu oído.
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