lunes, 7 de diciembre de 2020
De mi diario.
sábado, 10 de octubre de 2020
Con la lluvia regresan otros vez, las pandillas juveniles
Tito Mejía Sarmiento
“Un grande nubarrón se alza en el cielo,
ya se aproxima una fuerte tormenta.
Ya llega la mujer que yo más quiero,
por la que me desespero
y hasta pierdo la cabeza (¡Clara!).
Y así como en invierno un aguacero,
lloran mis ojos como las tinieblas.
Y así como crecen los arroyuelos,
se crece también la sangre en mis venas…”
Habrá que hacerle hoy con todo respeto, unos cambios en algunas de sus estrofas a esa bella melodía “La Creciente”, compuesta por Hernando Marín y grabada en 1976, por Rafael Orozco e Israel Romero (El Binomio de Oro), a raíz de los violentos enfrentamientos entre las denominadas pandillas juveniles cada vez que llueve en muchos barrios de Barranquilla, que en lo que va corrido de este 2020, han llenado de luto a varios hogares y, ante esa disyuntiva, los entes del Estado no han hecho absolutamente nada, como tampoco padres y madres de familia:
“Y así como en invierno un aguacero,
lloran mis ojos como las tinieblas.
Y así como crecen los arroyuelos,
se crece también la muerte entre pandillas en Barranquilla…”
Con el asomo de algún amago de lluvia, jóvenes de 11 hasta 15 años de edad, se conectan en el acto a través de las redes sociales, para encontrarse en determinado punto de algunos barrios localizados en los extramuros de la ciudad, no para recrearse jugando fútbol o cualquier otro deporte sino para matarse con toda clase de armas. Entretanto, muchas personas de bien pegan un estentóreo grito en el cielo para ver quién le da solución a este problema que está tomando desvíos desconcertantes:
“Los ríos se desbordan por la creciente
y las aguas corren desenfrenadas
y al verte yo no puedo detenerte,
soy como un loco que duerme
y al momento despertara…”
Y como alguien tiene que despertar, me he dado a la tarea de consultar a dos especialistas en ese componente social, el sociólogo y escritor Pedro Conrado Cúdriz y la psicóloga Vanina Mejía Berdugo, directora de VM Comunicaciones, para conocer las posibles causas y efectos que llevan a esos muchachos de la nueva generación a actuar de esa forma irracional y, para ver hasta donde es factible, se puede coadyuvar a ponerle coto a esta desagradable situación que afea el bello rostro de Barranquilla ante los ojos del mundo:
Pedro Conrado Cúdriz: “Es cierto que este grupo de población es un problema para la sociedad y el Estado colombiano: en el estadio, en el barrio, en la escuela, o en cualquier otro lugar donde opera contra el mundo. Las preguntas que nos hacemos diariamente son: ¿Por qué viven desintegrados de la sociedad? ¿Cómo ocurrió este fenómeno? ¿Es nuevo? ¿Obedece al crecimiento urbano? ¿Simplemente es una fuerza caótica de la sociedad excluyente como la nuestra? Si hablamos de una sociedad de clase, entonces estamos hablando de una sociedad desintegrada, fragmentada por los que tienen más y no por los que tienen menos; mejor dicho, hablamos de una sociedad excluyente. <Por allá lejos queda el barrio La Chinita>, dicen las “personas de bien,” por ejemplo. O sea, por allá viven los más pobres, los más jodidos. ¿Qué significa esto? Pues, que somos inmezclables. Pero también que el modelo neoliberal colombiano no tiene interés en incluir, en mezclar las poblaciones con bienestar con las demás; es decir, en resolverle la vida a millones de colombianos que viven como zombis en la miseria. Este es nuestro apartheid, nuestra tragedia, tratar de construir una sociedad basada en la regulación social de clases para negar, lo que es imposible de hacer invisible, porque los pandilleros son seres humanos, que sienten y piensan, son también sentipensantes. Estoy recordando a Gustavo Petro, cuando era alcalde de Bogotá, que trató de romper esta estructura de clase intentando construir un barrio de pobres (que palabra de sufrida y fea) en un barrio de “clase”. Ese es el origen de la enfermedad social y mental de la sociedad colombiana.”
Vanina Mejía Berdugo: “ Si bien es cierto que el fenómeno social de las pandillas juveniles se ha venido presentando desde hace mucho tiempo en diferentes sectores de Barranquilla, con estilos, lenguajes, argumentos propios e inclusive con acciones únicas para poder atemorizar a los que sus miembros desean ser o consideran para ellos sus víctimas, también es muy cierto que, hoy en día, la nueva modalidad que se está imponiendo en la ciudad, es el enfrentamiento de algunos muchachos mientras llueve. Ustedes se preguntarán ¿Por qué bajo la lluvia? ¿Acaso hay algún estudio que demuestre la existencia de una estrecha relación entre el comportamiento agresivo de esos jóvenes y la lluvia? Ningún estudio ha demostrado lo anterior. Sin embargo, desde el punto de vista del enfoque social, esas denominadas “Pandillas” necesitan ser reconocidas, identificadas por algún factor, es decir ellas condicionan proyectar o manejar sus propias identidades o imágenes. Para los jóvenes que conforman dichas pandillas, es muy fundamental, que la comunidad en general e incluso sus propios enemigos de turno, puedan avistar en ellos un estilo de vida, marca o quizás modalidad que los reconozca para ser “ultra famosos”. De tal forma, que enfrentarse bajo la lluvia, es como invadir el lado más expresivo (catarsis) que un ser humano puede tener al momento de mojarse y/o bañarse libremente. Para nadie es un secreto que en una ciudad como Barranquilla, por costumbre o idiosincrasia, el agua caída del cielo representa alegría, gusto, nostalgia… Y es ahí, en ese instante, donde los jóvenes, precisamente, se liberan de todo. Así que, para esos grupos tratar de invadir la tranquilidad de una comunidad, los ayuda a sentirse como los verdaderos protagonistas o héroes del fenómeno social bajo la lluvia. La identidad y el vínculo en esos grupos, son los dos grandes factores que desencadenan el desarrollo de habilidades específicas en los mismos, para luego tomar acciones de enfrentamientos, riñas y por supuesto, muertes… El proceso de poder reinventarse (tomarse a la fuerza) viene a ser el principal mecanismo que lleva a manejar esas nuevas modalidades en la urbe: grupos reconocidos que necesitan crear espacios, para que sus víctimas y la comunidad en general “respeten sus leyes”, durante la caída de un fuerte aguacero.
El foco de atención para intervenir oportunamente a esos jóvenes, es crearles espacios diferentes, donde ellos pueden expresar sus propias conjeturas, para proyectarlos como gente de bien. Sumado a eso, se necesita plantear un proyecto de vida donde se sustente en cada uno: ¿Qué hacer? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué quiero? ¿Cómo me veo en algunos años? Y además, enseñarles la importancia de los grupos. Concientizarlos del valor que recobran, crear nuevas habilidades en los mismos para un estilo de vida diferente desde el punto de vida personal y social”.
Ojalá que: “Con el repiquetear de una campana
se haga la luz en el pensamiento de esos jóvenes,
hoy con sombras de luces declinadas para que entonces,
brille la alegría y la lluvia caiga como una bendición de amor y paz”.
martes, 11 de agosto de 2020
Petición
paternal
Tito Mejía Sarmiento
Dos días antes de morir, mi
padre César Eurípides, me dijo en medio del dolor que lo habitaba y carcomía que,
no dejara para nada que el legado de Nelson, su hijo menor asesinado por
fuerzas oscuras el 29 de abril de 2004, frente a las instalaciones del D.A.S.,
en Barranquilla, se esfumara veloz como el beso que se le da a la mujer que no
se ama, y 16 años después, creo que no le he fallado en su afanosa y justa petición
Muchos saben que el médico
Nelson Ricardo Mejía Sarmiento fue un fenómeno político en su natal Santo
Tomás, por algo fue elegido alcalde popular en tres ocasiones con altísimas
votaciones, (la última en una especie de cuerpo ajeno con la representación de
su esposa Onésima Beyeh).
Es que Nelson con su carisma
sabía llegarles a las gentes, era un hombre como dijera el escritor Ramón
Molinares Sarmiento, con un corazón de puertas abiertas por donde entraba todo
el que quería, a cualquier hora del día, noche, sin pedir permiso y sin pagar
cinco centavos.
Hoy, mi hermano Nelson navega
en la memoria colectiva de los Tomasinos, Palmarinos, Sabanagranderos,
Malamberos…
A Nelson lo asesinaron de tres
disparos en su cabeza cuando menos lo esperaba, pero dejó en muchas casas
colgado en sus paredes un retrato o un afiche de sus campañas, donde las
personas se miran como en un espejo. Hay una veneración tan propia hacia Nelson
todavía como si fuera la piel con que se sale a las avenidas para fijar el paso
de los instantes.
Nelson es el hermano que nunca
se ha ido, ni se irá, porque siempre extiende su mirada bondadosa al que lo
necesita, es una especie de hombre en la bruma que vacía su presencia por completo
cuando se le invoca. Lo digo con sinceridad porque a mí me ha pasado cuando
acumulo quebrantos en mi cuerpo.
A veces da la impresión en
Santo Tomás de que Nelson se convierte en los momentos adversos, es decir
cuando las sombras se sostienen perezosas, en el pájaro sanador en cuyas alas
todos, absolutamente todos volamos.
Entonces, podrán matar a
Nelson las veces que quieran, pero nunca podrán acabar con su legado, mi amado
padre César Eurípides. Hace 16 años, quedó imbricado para siempre en el corazón
de las gentes que lo conocieron y eso es exclusividad de los afectos.
Y algún día no muy lejano,
papá, las palabras descubrirán el silencio de los autores determinadores del
crimen de Nelson, para olvidarnos, viejo mío, de este maldito tiempo imperfecto
que ha destrozado el alma de la familia sobre todo cuando la noche envuelve más
el dolor como realidad inagotable.
jueves, 9 de julio de 2020
Imaginaria vejez de mis cómplices amigos de palabras
Tito Mejía Sarmiento*
El tiempo abre sus puertas de par en par, entonces, como expulsadas por un descomunal embate, van apareciendo una por una las personas que lleva adentro: El primero que aparece es Ramón Molinares con sus 95 años a cuestas. Él ahora ve la vida a bordo de sus lentes de contacto como tratando de limpiar la afectación de sus pupilas, él además, sabe por experiencia, porque fue uno de los “Exiliados en Lille”, que el cuerpo es como una página encubridora de las miradas. Se le da por tocar casi todas las tardes, (de 2 a 3, por recomendación de su hijo músico, Felipe), sentado en un taburete al final de la calle Grande
de su pueblo natal, Santo Tomás, Colombia, “El saxofón del cautivo” que halló en un viejo baúl de la casa de sus padres, y como si fuera poco, no ha dejado de ser “Un hombre destinado a mentir” que trata con afán de hallar una mujer que lo ame, y que no apague la luz para demostrar que lo entrega todo con una habilidad asombrosa y sin “Vergonzoso amor” .
Ramón Molinares sigue haciendo sus siestas religiosamente, 15 minutos después del almuerzo
hasta cuando un niño vecino lo despierta con la mano. Luego a las 5 de la tarde, se fuma un habano, mientras espera a su hermano mimado Mario Modesto, quien con voz baritonal repite varias veces, entreabriendo sus brazos como si estuviese en las “Intimidades de un proceso”: Santo Tomás, definitivamente, es “Un pueblo sin memoria,”
y por eso, sus habitantes no alcanzan a oír “La última pitada del tren de la felicidad”.
Pedro Conrado aún con sus 92 meses de diciembre encima, no sabe cómo salir de una “Emboscada de silogismos” que lo tiene atrapado como “El gato sin botas” desde hace más de 30 años, mientras intenta recobrar en “Contravía” la triste “Memoria diaria de un condenado”, en medio del estribillo insurrecto como si fuese ya “El Concierto de lo pequeño”, que Dios hubiese sulfurado con ángeles incluidos en territorio prohibido.
Aurelio Pizarro se ve todos los días bien temprano a las seis de la mañana, en el “Espejo infinito”, tratando de ser el mismo soberbio de antes, pero ya con otras facciones, otras miradas, corazón distinto, menos cortejador, 77 años entre pecho y espalda (“El laberinto todavía”); y como si fuese uno más de los “Fantasmas de este mundo”. Él todavía se unta crema rejuvenecedora como en la canción del regresado, esquivando quizás “La muerte previa”.
Tatiana Guardiola, a pesar de sus 73 años, no da trabajo mirarla, sigue siendo una bella y agraciada mujer que le apuesta a los “Antiguos placeres” en la obediencia de las cosas como queriendo decir: “¡No me esperen mañana!” en el jardín de las trinitarias bajo la luz de la luna de Acuario porque saldré a buscar “Tinta y pinceles para mi amante”.
Julio Lara con una alopecia abismal y con pasos cansinos a sus 82 años, ruega todos los días como “Los Visionarios” que Hime, la gaviota azul que conoció en 1986, lo transporte una vez más en sus alas vencidas, en una especie de fuga sin tregua, para que los besos renovados no cambien de sabor, y así, seguir regalándole los ojos con todo lo que han mirado, como buen “Carpintero de palabras” que es.
Iván Fontalvo con su fina figura, sintiéndose todavía a los 70 años, con la posibilidad invaluable de ganarse como siempre, otro de los tantos premios literarios después de “Un largo viaje”, en medio de la oscuridad por “El apagón” y haciendo jaculatorias al cielo
para que “Ojalá la guerra” no regrese jamás por nuestros lares sino la calma como “Una obra de arte”.
Y yo, desde luego el mismo Tito Mejía, intentando a los 87 años, aquietar con los arrestos primarios de un joven fisgón, la ansiedad de la mujer amada a través de “La suma de las noches”, para dejarla plena en el capullo espeso de las estrellas "De la ciudad y sus amores ajenos", y más allá si es el caso de “El ojo ciego del planeta”. Dicho de otra manera, como si el dedo índice peleara con el anular para tratar de facilitar la doble función de señalar o descalificar lo visceral de la existencia humana como en una “Crónica de los días”.
A pesar del correr de tantos años, nosotros no perdemos la costumbre de ser unos perturbados compradores de libros, amén de citarnos dominicalmente e invitar a nuestros también viejos amigos y buenos escritores: Guillermo Tedio, Paul Brito, John Better, Julio Olaciregui, Federico Santodomingo en nuestro terruño, para tertuliar y tomarnos una copa de vino bajo la frondosa sombra de un árbol de mango aunque la nostalgia nos sacuda y, nuestras memorias de vez en cuando, se fragmenten en medio de un temor supremamente hermoso, mientras nos llega el largo viaje sin retorno y que por supuesto, nos permita festejar en la otra vida, para recobrar como es lógico, nuestros cuerpos iniciales.
Tito Mejía Sarmiento, (Santo Tomás). Filólogo, poeta y locutor de Colombia. Ganador del Quinto Concurso Nacional Metropolitano de poesía, en agosto de 2001.
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sábado, 13 de junio de 2020
Diario de emociones, Confinamiento y Coronavirus
“Solo son flujos en el acontecimiento de la palabra” (Andrea Crespo Granda)
Tito Mejía Sarmiento
El sociólogo, escritor y poeta amigo Pedro Conrado Cúdriz, desde hace más de 49 días ininterrumpidos se ha venido convirtiendo en una máquina impresionantemente admirable en cuanto a lo emocional, para fabricar palabras que plasma en su muy apetecido blog “Piel de hierro”, el acontecer no solo nacional sino internacional a raíz del Covid 19, fenómeno que nadie tenía previsto.
Y eso como él mismo me lo manifestara por teléfono, lo hace demasiado feliz en la ciudad interior de su imaginación, y que además, como dato curioso, la lectura y la escritura lo han salvado de la locura pandémica, ya que son sus hábitos favoritos, que lo transportan a nuevos y viejos territorios, amén de transformarlo en un ser abstracto – no invisible, es decir, en un ser socialmente liberado.
Yo que he tenido el placer de andar junto a él en tantas actividades culturales y de ver crecer de cerca su talante como escritor, crítico literario y sociólogo, invito ( y no es por sobar chaqueta) muy respetuosamente, no importa que cualquier día parezca en estas etapas lunes, no importa que nos miremos más en el espejo o que el sueño nos sacuda la última canción de la noche en medio de una vela encendida, a que sirvan de multiplicadores de este proverbial proyecto, de las sugerencias emocionales diarias de Pedro, en “Piel de hierro” (Facebook), ahora precisamente cuando el relevo generacional asido a la esperanza, parece abrir bien los ojos como una acertada respuesta ante las vicisitudes de los movimientos de la sociedad mundial. Al respecto, Conrado argumenta con atenuante dolor en uno de sus diarios:
-“Hoy el color del aire que respiramos es negro.
-Amo el color negro, lo respeto, lo admiro, lo quiero por diferente, por raro.
-Si quiere ser como el hombre araña no se deje picar de la Viuda negra como lo hicieron tres hermanos en Bolivia. Se salvaron porque fueron llevados de urgencia a un hospital de la zona.
-La operación de la resta beneficia al capital. En Brasil murieron en un solo día pandémico más de 1300 personas.
-En Chile hace años un niño de cuatro años disfrazado de Superman se lanzó de un quinto piso pretendiendo volar como el héroe de las películas. No se pudo salvar.
-La vida siempre ha estado cargada de problemas. Y el nombre de esta complejidad es la Crisis. La piedra nunca ha tenido una crisis, nunca, aunque la partas o tritures”.
Entonces, ahí está la pluma de Pedro que sugiere, sentencia y recapitula todo lo humano de una realidad que nos consume el alma hasta los tuétanos, con un lenguaje coloquial, a veces retórico-anecdótico, claro está, con la obstinación en lo habitual para que se estacionen en ella o huyan como el ave en busca de otro viento que perfile mejor su aleteo. Ahí está
¡Ahí está el detalle, manitos!, decía el genial humorista mexicano, Cantinflas.