miércoles, 8 de septiembre de 2010

Poemas inéditos:EL POETA FLACO DE LA ESQUINA AZUL

EL POETA FLACO DE LA ESQUINA AZUL

Poemas inéditos de TITO MEJÍA SARMIENTO

El poeta flaco
de la esquina azul

Tito Mejía Sarmiento
titoms17@gmail.com



Soy el poeta flaco de la esquina azul,
el mismo ciudadano al que en el alma
se le maduran los deseos,
amante de la soledad que bellamente
germina en todo su cuerpo.
Estoy a un metro con 87 centímetros
sobre el nivel del mar.
(Soy una ola que se levanta a las cuatro de la mañana).
Escribo versos de contenido erótico, proyectiles
que me hacen encontrar
el lado luminoso de la vida,
un poco más allá de la oleada de tejados o del escarnio público,
esa máscara que se porta con delicia
y que pierde hasta el último vestigio de la ira.

Soy el poeta flaco de la esquina azul,
la bestia perfecta que secretamente
se sumerge en el espejo bien temprano sin herirle,
antes de irse a intercambiar memorias de mediodía
con los amigos de cátedra que, fieles
a sus dogmas, terminan haciendo el trágico papel
de hombres sabios.

Soy el poeta flaco de la esquina azul,
amo a mis padres más que a nadie,
amo a mis hijos más que a nadie,
amo a mis hermanos más que a nadie,
el mismo que ha amado a más de mil mujeres
y las ha sabido olfatear más allá de su ropa interior.

Soy también el que ríe, sufre y llora,
y sabe perfectamente que sólo somos
un préstamo del tiempo atado a los semáforos de la vida.
Amo a las urbes, no sé de dónde me viene esa costumbre,
y sus noches pobladas de versos que transitan por las alcobas
donde precisamente no se pierde ni un detalle
del orgullo inconcebible
y se crea el cauce perfecto
que se amolda a la piel de los amantes.

Soy el poeta flaco de la esquina azul,
el que tiene los pies bien puestos sobre la tierra
—a pesar de que muchas veces hablo solo—
y además, gran amigo de los perros
que defienden su territorio alrededor de la bazofia.

Quiero decirles que me cuesta mucho separar
la vigilia de los sueños de colosal memoria
mientras mutilo la luz de los primeros retazos del día.
Vivo en la cima del ahora,
sin mentiras, sin miedos transparentes
y sin olvidar el pasado
que me ha ayudado a vivir,
a sentir que existo y lo que soy:
El poeta flaco de la esquina azul.


Historia de un viejo poeta

Esta es la historia de un viejo poeta
que va viendo tras los lentes,
cómo transcurre hoy en día la vida en su país:
La gente saborea la agria copa del miedo,
las aves ya no descienden
a sus nidos al anochecer,
la mujer amada es más culpable de su sexo,
el estudiante ya no sueña
porque el tiempo es más difuso,
y busca sin agrado el milagro en los clasificados del diario,
el sol calienta eso sí, más que antes,
y los árboles no dan frutos sino bodrios,
porque la lluvia, desde los ayeres del labriego
—el mismo labriego que dejó inhabitada
su parcela y huyó a la urbe amenazado
por los cañones encenagados—,
no se ve sino en aquella oportunidad
cuando un pordiosero mutilado de su mano derecha,
extendió la otra
y en vez de monedas le cayeron gotas del cielo.
Esta es la historia de un viejo poeta
que va viendo tras los lentes,
cómo la obesa quinceañera,
en su desespero, recorre el espejo
tanta veces en busca de un mejor perfil,
y ve, además, cómo el ladrón de ojos de escarlata
pretende aparear con violencia la fogosa hembra en las auroras.

Esta es la historia de un viejo poeta
que va viendo tras los lentes,
cómo la suerte del sicario ya no está en el pago
sino en su propia huida,
y para colmo sorprende a Papá Noel
saqueando el sueño de los infantes en abril
para no ser generoso en diciembre.

Esta es la historia de un viejo poeta
que intenta limpiar, con sus versos,
esa pestilente visión,
antes de que suba al cielo donde a lo mejor
tampoco encuentre un diván
para otear mejor hacia abajo.


Mutación

Hay tanta tristeza en el desnudo abierto de tus ojos ahora, viejo,
que no ha habido ser que la saque de ese mundo erguido de prisiones.
Personalmente he intentado muchas veces
y el fracaso aparece como la maleza que arde
en el lapso de tu ausencia.
A pesar de todo, sigues creciendo en el duro precipicio de la memoria.
Me pongo a veces tus gafas para ser como tú,
y únicamente me regalas una voz de silencio forzoso
que a mí no me gusta para nada.
Hay tanto dolor en el desnudo abierto de tus ojos, viejo,
que la vida sin ti es como el beso dado a la mujer que no se ama.

—“Ven, viejo, siéntate a jugar dominó conmigo aunque yo no sepa jugarlo.”
¿Qué tal si me cuentas una de tus fechorías juveniles?
Sobre todo aquélla, cuando mamá te sorprendió
besándole los senos vírgenes a la negra Cande,
en el trovar del ritmo alegre de febrero,
y te dio, como es lógico, tu merecido pellizco
que conservas imbricado en tu piel como tatuaje místico.

—No dejes, mi querido viejo, que la sombra de la muerte te acaricie,
que aún tienes mucha vida en la esencia de la búsqueda
y, como si fuese poco, tienes muchas palabras
para armar el momento que no existe.

—Levántate, viejo y déjales la tristeza a las arañas,
que ellas mismas se encargan de tejer un vestido de noche
para las madrugadas.
Devuélvele la seguridad al pulso de tus noches
que ahuyenta las espinas del pájaro de la barbarie.

—Levántate, viejo, que el mundo es grande,
inmensamente grande contigo,
pero sin ti, será pequeño, demasiado pequeño, viejo mío.
Ánimo, que bien sabes
que tú eres el viejo que yo busqué
cuando aún yo no existía.


Septuagenario
.
…Y la quietud clama por nacer.
Dina Posada

—Levántate y anda,
monstruo placentero,
le escuché decir
a aquella morena mujer
de casi dos metros de estatura,
quien sacada, como de una caldera de Vulcano,
daba vueltas completamente desnuda
por toda la alcoba, desesperada.

—Siento estar tratando de levantar
algo que a lo mejor
ya está al otro lado del abismo,
continuó diciendo,
aumentando su desconcierto
y el tono de su grave voz.
Ella, con lengua bajante, insistía, insistía,
pero el tiempo con sus ataques
había roto las memorias
de aquel hombre
que ahora, vestido de pudor y nostalgia,
velaba y callaba por su propia impotencia,
y además, creía tener ahora más miedo
de que la gente leyera
y releyera este poema donde
consta la verdad de su flaqueza,
a pesar de haberme pedido
que ocultara su identidad
por encima de toda perturbación.
Creo que, a estas alturas
(diez años después),
ni el lienzo de preguntas que de la boca
(descarga carnal)
de aquella hermosa mujer salían,
ni el soplo alentador de Orión,
ni todo el psicoanálisis de Freud,
podrían sacar el temor encerrado
en aquel profeta que había perdido su realidad
entre tantas cuentas vencidas
y que hoy forman una dársena cada vez más profunda
cuando el amor se convierte en hembra.


El hijo menor de Tenorio

El hijo menor de Tenorio
se sentó frente al televisor
que proyectaba imágenes en blanco y negro
sobre los juguetes que el Niño Dios
había traído ese 25 de diciembre,
a muchos niños de la comarca, menos a él,
a pesar de que había escrito
una carta solicitando una bicicleta,
durante las novenas en una casa vecina.
Mirando con clemencia su asombro,
Tenorio le responde que no sabe por qué,
pero lo averiguaría con el sacerdote
de la iglesia “Vuelta de olvidos.”
El hijo menor de Tenorio,
todas las mañanas, sin que nadie lo sepa,
sigue esperando la respuesta de las clavaditas de la fe
que le ponen precio a la inocencia,
crujiendo ternuras en ese sueño
que ahora nadie quiere soñar
aunque se tengan tantos deseos sin límites
con cantos galanos.


El hijo menor de Tenorio
era amante de los gallos finos


“Vamos hacia atrás en el tiempo: pensemos en Antígona luchando por dar sepultura al cuerpo de Polinices, su hermano muerto,
a quien Creonte le niega sepultura”.
Sófocles

Arrastraba las mañanas y parte de las tardes,
con la vista puesta en los gallos de pelea, de un lado para otro,
entrenándolos con frenesí, a pesar de la precaria situación económica.
Cada uno de ellos tenía un nombre
de cantante de vallenatos.
Casi todos los sábados, febriles sobre el redondel,
los ojos del hijo menor de Tenorio
reinaban en el aire como espuelas que buscan
la mortal herida del plumaje opositor.
Luego, sin el énfasis de sus gestos,
cruzaba la línea del tiempo hasta la vigilia,
con la soledad de la hojarasca.
Hoy Débora, su mamá, repasa las pocas pertenencias
que dejó entre lágrimas y euforias,
mientras burla los dementes fantasmas
de metálicos cantos como en las infecundas estaciones del chacal,
donde el silencio cómplice disparaba por la espalda
con el arma homicida que se solazaba.


Mi hijo,
el hijo menor de Tenorio

Me dejaron su inocencia
cuando se fue para el ejército.
Se llevaron su coraje de campesino en abril
y de lluvias arrogantes, el mismo mes que con sus tardes grises
nos asilaba en nuestro rancho, bien temprano,
ante la mirada de un pájaro de luz.
Me dejaron algunos de sus gallos finos,
esos mismos gallos de peleas por los cuales él desfallecía,
y que como Ofelia, la de Shakespeare,
cuando no servían para la riña,
no se los comían sino que los arrojaban en el río,
como si fuesen claveles rojos.
Se llevaron los “No” del todo idos de marzo
para el ejército, con sus verdes vestidos de sospecha,
sin conocer que había detrás de las manecillas del reloj,
y también se llevaron de paso a mi lazarillo,
el que se quitaba sin tapujos
su camisa para protegerme del inclemente sol de mediodía
que ahuyenta fantasmas y suma espejismos.
Se llevaron al soldado
pero no a mi hijo, al hijo menor de Tenorio,
el mismo que está conmigo para siempre


El hijo menor de Tenorio,
quince años después


“Ese jueves 29 de abril de 2004, se levantó más temprano que nunca en La Comarca
(4:30 a.m.), con las primeras auras del amanecer y bajo la tenue luz de un lucero
en lontananza. Lo hizo cantando: “Ay, perdóneme, señorita, si en algo llego a ofenderla, pero es que usted es tan bonita, que no me canso de verla”, me dijo,
con sucesivas lágrimas en los ojos, Débora, su mamá, una atribulada mujer de 62 años. “Mientras se bañaba en pantalones cortos en la alberca, con agua bien fría
como a él le gustaba, llegó el camión del ejército que lo llevaría a vincularse obligatoriamente al batallón Turinkana, en el interior del país.”

“Recuerdo, continúa diciéndome, que aquella mañana no desayunó por la emoción,
e iba vestido con un raído bluejean, camiseta verde y unos zapatos deportivos
de color blanco que su papá Tenorio le había comprado en el mercado.
Con un beso en la frente me dijo adiós y me recalcó al oído que cuando regresara,
me iba a comprar una casa en la capital para que fuéramos felices con papá
y sus cuatro hermanos. Se montó al camión, haciéndome la V de la victoria
con su mano derecha”.

Hoy, seis meses después, se lo devuelven en un ataúd, con la sangre escondida,
sin explicación alguna y en el marco de espacios de un país de tunantes.
Ahora sólo su mamá Débora, su papá Tenorio y sus hermanos,
lo conservan con vida en el corazón mientras hurgan en el punzante dolor de la memoria.


Hoy vino Débora,
la mamá del hijo menor de Tenorio,
a visitarme por última vez

“A los duendes verdes que habitan entre flores.”

Gustavo Tisocco

Hoy vino Débora, la mamá del hijo menor de Tenorio, a visitarme, seis años después de que asesinaran a su hijo.

Noto en su cara cenceña que su sonrisa ha debido haberse perdido en el espejo durante todo ese tiempo, llenando —estoy seguro— los talegos de silencios y hablando de temor con la luz apagada y como si fuese poco, con un ánimo tan delgado que atravesaría sin quebranto el más pesado risco.

—No aguanto más, yo sé que las personas son temerosas de las sombras que hablan—me dijo, abarcando por fracciones la suma de la expresión que no quería ser nunca más el espejo de otra cara: “¡A mi hijo lo mató el estado en la emboscada de un juego miserable!”


Desequilibrio

Nube Luz trabaja en la capital, en una casa adinerada. Allí cocina, lava, plancha y debe dejar, entre otros menesteres, bien relucientes, los pisos para que se reflejen las ropas de marca que usan sus patrones e hijos. Además, casi todas las noches, por orden superior, tiene que abrirle la puerta de su alcoba, al “bebé” de la casa, quien está en pleno proceso de desarrollo. Es decir, Débora entrega su piel analfabeta por necesidad.

Cada quince días, espera ansiosa su jornada de asueto para irse a su provincia natal, donde su marido (imposibilitado por una bala perdida) y sus tres hijos pequeños con hambre, pero con unos deseos infinitos de vivir, la llenan de sorpresas, mientras en la hornilla, una olla hierve lágrimas sin compasión.


La mujer del marinero

“Amo el amor de los marineros que besan y se van.
Dejan una promesa, no vuelven nunca más.”

Pablo Neruda

Desde hace tres años, los sábados por la tarde, Cleotilde, la mujer del marinero, va al puerto con toda la paciencia del caso por si llegan noticias de su amado, aquel mulato de ojos negros que después de cada jornada, la hacía derretir con los impulsos posesos de su filoso arpón mientras ella maullaba, maullaba como gata salvaje para calmar su sed de amor hasta las primeras horas de la madrugada, y luego, quedaba como mansa gaviota entre sus gruesos brazos de marinero encendido, dormida más allá de las estrellas naufragadas de Ítaca.


Lais de Corinto

“Yo sigo buscando tus ventanas
y hoy entré al café adonde no vendrías a tomar un café
sólo por recordarte, tal como eras”.
Marta Vasallo

Ella jamás leyó a García Márquez ni Borges
y no tenía por qué hacerlo ya que nunca fue a la escuela.
Pero sí conquistaba todo lo que se le antojara con su cuerpo de reina,
que entre otras cosas, cuidaba en el gimnasio y con una dieta balanceada.
Ella no sabía nada de la caída del muro de Berlín
ni que hubo un negro llamado Pelé que hacía maravillas con un balón de fútbol,
no le importaba, ya que ella lo hacía mejor en medio del revuelo de las sábanas.
Ella desconocía la historia universal y pensaba que Obama, el presidente de USA,
era el perro negro doberman que se orinaba casi todas las noches
la puerta principal de la famosa discoteca Venus
en la cosmopolita ciudad caribeña donde residía.

La gente y sobre todo sus amantes desconocían su verdadero nombre.
Su hijo, la llamaba simplemente Lais de Corinto,
nombre que la hacía sentir feliz, sin saber siquiera de dónde provenía el mismo.
Ella no era de esas putas que deambulan por las avenidas
atrapando cualquier hombre, regando aromas, mentas…

Era una puta con clase, nacida del silencio, pero que aglutinó fortunas,
coronas, caudales, recodo de tiempos y ese fue su gran portento.
Tanto es así, que hace tres años murió
y aún resuenan sus tacones altos sobre las calles de la urbe
y su pose vertical se estremece como un fantasma en la eterna llamarada.
Yo también la recuerdo como un libro vivido
que se debe hojear diariamente sin falta.


Momentos

Cuando el Metro pasa
dejando su metálica rabia.
Cuando la vida continúa
recitando de memoria la rutina,
pegada a la argamasa de las calles.
Cuando el mendigo
extrae de la basura,
en medio del aullido de los perros cimarrones,
un pedazo de pan duro
y lo remoja en el agua
para mitigar la hambruna.
Cuando la breve lluvia
regala a los pescadores,
pequeños trozos de luna facetada.
Cuando la alcoba,
en la hora azul de la ventana
delata pesados suspiros y silencio,
tú te quitas el vestido rojo que tanto juego
hace con tu boca,
y tu piel se abre como la noche, de un solo tajo.


No me cubren de edad los días

Sigo sus pasos
aunque se parta en la inútil prueba
la mitad del tiempo.
¿Acaso no soy el que inventa en su mirada
las señales de los días?
¿Acaso un beso suyo
no reposa todavía en los labios inofensivos de mi boca
y además, acaso no soy, sin atenuantes,
el que vive en su sexo de nocturnas latitudes
y cimbra en ella, promontorios viriles
para decirle que existe, en el rápido roce de libertad
con el enredo de dioses bifrontes?
No me cubren de edad los días,
ni pierde su traza de luz
el universo en la contemplación de las estaciones.
Y por eso, como el Ulises de Homero,
seguiré llorando su amor tupido de prodigios
en la Ítaca de verde eternidad,
con la esencia sublime de las hadas.


Sediento

Anclado
al farallón desnudo de tu talle,
gota a gota,
bebo de tu primípara fuente,
mientras allá abajo,
en lo más profundo del océano,
mi ofrenda fulminante rebota
y se derrama en la bocana.


Vecina bajo la lluvia

“Sé que no estás sola,
te tengo aún en mi mirada de minero buscador de secretos”

(T.C.M.S.)

Mi vecina, mujer de castaña mirada, se baña completamente desnuda
en el patio de su casa con la fuerte lluvia que cae.
Ella no se percata
de que la estoy viendo a través de la ventana.
Brinca, salta, ríe como si diera gracias al cielo.
Se enjabona los senos
dos, tres veces con su mano izquierda.
Pienso que es zurda,
porque en un abrir y cerrar de sus piernas,
se pasa suavemente el jabón con la misma mano
por su semipodado bosque beduino,
cuya rosa carnívora, que asoma bellamente,
parece devorar la espuma y el rocío.
La lluvia no cesa, llueve, llueve…
Su desnudo cuerpo se eterniza en mis ojos.
Y entonces, me apropio con la mano derecha
del obsceno pájaro de la noche
que con la primitiva sacudida de los dioses,
picotea una nube
y se derrama otro aguacero simultáneo,
mientras el reloj de arena legitima las horas.


El autor:

Tito Mejía Sarmiento es licenciado en Filología e idiomas, Universidad del Atlántico; locutor profesional, Academia ARCO de Bogotá, con Licencia del Ministerio de Comunicaciones de Colombia; profesor de Tiempo Completo del Instituto Técnico Nacional de Comercio (Instenalco), de Barranquilla. Ganador del V Concurso Nacional Metropolitano de Poesía, organizado por la Universidad Metropolitana de Barranquilla, en agosto de 2001. Obtuvo Mención Especial, al ocupar el quinto puesto entre 150 participantes, en el Concurso Nacional de Poesía organizado por la Universidad de Santiago de Cali, en 1986. Algunos trabajos han aparecido publicados en importantes revistas y periódicos de nuestro país. Presentador del Festival de Orquestas en el Carnaval de Barranquilla durante 13 años. Finalista del primer encuentro de poesía erótica SEA, en 2008.Creador del Concurso Nacional de Poesía Estudiantil INSTENALCO, que en el año 2010, llega a su quinta versión.

Obras publicadas:

El ojo ciego del planeta, poemas, Barranquilla, Berma Impresores, 1992; Visionarios, cuentos y poemas, coautoría, Editorial Don Bosco, 1993; La suma de las noches, poemas, Barranquilla, Don Bosco, 1998; Crónica de los días, poemas, Barranquilla, Don Bosco, 2003; Nelson para todos, para siempre, biografía, Barranquilla, Don Bosco, 2007; Confesión anclada en la soledad de mi alcoba, Poemas, Barranquilla, La Casa de Asterión-Universidad del Atlántico, 2005; De la ciudad y sus amores ajenos, poemas, La Casa de AsteriónUniversidad del Atlántico, 2008.

Inéditos:

Señas del perseguidor, 2009; En la vasta ausencia del abuelo, 2009; A veces llegan cartas, epistolario, 2009; Itinerario del desequilibrio, 2009-2010.
_____________________________
© Tito Mejía Sarmiento

sábado, 4 de septiembre de 2010

QUINTO CONCURSO NACIONAL DE POESÍA ESTUIDANTIL INSTENALCO 2010

QUINTO CONCURSO NACIONAL DE POESIA ESTUDIANTIL
INSTENALCO 2010
¡UN MILLON DE PESOS AL GANADOR O GANADORA!
DOSCIENTOS MIL PESOS AL SEGUNDO PUESTO – CIEN MIL PESOS AL TERCER PUESTO
BASES
Podrán participar todos los estudiantes colombianos de Décimo y Undécimo grados que no tengan vínculo familiar ni contractual con los organizadores del concurso. Los aspirantes al premio deberán enviar cinco (5) poemas numerados, escritos a computador por una sola cara, a doble espacio y en papel tamaño carta, que no hayan sido premiados ni obtenido menciones en otros concursos.
1 El tema será libre.
2 Cada concursante deberá presentar su trabajo en original y dos copias identificado con seudónimo, debidamente argollado o empastado.
3 En sobre aparte y cerrado (PLICA) debe indicarse la siguiente información: nombres y apellidos completos, seudónimo, municipio, dirección, teléfono, correo electrónico, fotocopia del documento de identidad, y fotocopia del carnet estudiantil.
4 El material se recepcionará a partir del 24 de agosto de 2010 hasta el 22 de octubre de 2010 y debe enviarse a la siguiente dirección: INSTITUTO TECNICO NACIONAL DE COMERCIO, CARRERA 62 No. 52- 85 – BARRANQUILLA – ATLANTICO – http://www.instenalco.edu.co/ – TELEFONOS : 3441309 - 3441606 - 3440054
5 El material enviado por correo deberá ajustarse a las fechas, según el matasello de correo postal.
6 El fallo del jurado será entregado en sobre cerrado el 25 de octubre de 2010, al señor MANUEL NARVAEZ IGLESIAS, rector del INSTENALCO, quien será el único autorizado para su divulgación, y será publicado a través de los medios masivos de comunicación y en la página Web de la Institución.
7 Se otorgará UN MILLON DE PESOS ($1.000.000) AL GANADOR (A), DOSCIENTOS MIL AL SEGUNDO PUESTO Y CIEN MIL PESOS AL TERCER PUESTO, sujetos a las retenciones de la Ley. Además de un recordatorio. Su entrega será personal e intransferible en ceremonia solemne programada para el efecto el viernes 5 de noviembre de 2010 en el paraninfo JORGE ARTEL de La Universidad Simón Bolívar de Barranquilla.

TITO MEJIA SARMIENTO
COORDINADOR


TU PRIMERA VEZ

Recuerdo que llegaste
a la cita muy puntual (ocho de la noche)
Demasiado nerviosa por cierto,
con la humedad imprevista de tu pelo corto
(huyendo de la lluvia sabatina, creo yo)
Te dije que el amor necesitaba de un hermoso paisaje,
y entonces, abrimos las ventanas del balcón : la luna
era mitad gris y mitad roja
sobre su lecho de nubes algodonadas.
Bailamos el conocido “DANUBIO AZUL”.
Recuerdo que me mirabas seriamente de frente
varias veces, insinuándome tal vez,
la inédita entrega de tu cuerpo
mientras yo te regalaba un beso sonoro
con un deseo azul como el del viento sosegado.
Hablamos del dolor de los horarios
y del tierno y dulce amor que escogen las urbes
cuando duermen.
Estabas hermosamente vestida
de otro tiempo bajo el perfume confuso
de las flores de invierno.
Inesperadamente me ofreciste
varios besos prolongados
detrás de una serie de abrazos,
y empezamos a descubrir desnudos fantasmas
por la acondicionada alcoba de la casa.
En la profundidad de la madrugada
y con la luna ya color de viejo saxofón,
al mismo tiempo que se apagaban lentos
los últimos luceros en lontananza,
la doncella que tenía yo al frente mío,
le apostaba al amor con el mundo a sus espaldas
por vez primera en sus 15 años.
Con el frío abisal
que cabe sólo detrás de una palabra,
caímos profundamente dormidos
hasta cuando el ruido de una motocicleta al día siguiente,
cruzó la calle abajo a toda prisa.
Nos asomamos al balcón
y el cielo daba la impresión
de una bandera viva en el mástil
de aquel hermoso octubre.
Luego te fuiste
y mis ojos de batalla se quedaron fijos
en las sombras muertas de las llaves.

TITO MEJIA